Una manzana irreverente
Nace el Di Tella y lo cambia todo. El desconcierto quebró la formalidad de la Manzana Loca.

Buenos Aires, los años sesenta, años de ilusiones. Por entonces la calle Florida era “paqueta”… En general y con pocas excepciones, por sus veredas transitaba gente de aspecto serio, elegante y aparentemente confiable. Sus gestos o semblantes tradicionales nunca denotaban sorpresa, estaban en su terreno, transitaban su lugar de pertenencia con los beneficios de la certidumbre.
Los negocios eran reconocidos por su calidad y buen gusto. Algún saludo al pasar, algún interés en las mercaderías o novedades expuestas en las vidrieras, y luego caminando con solemnidad y apostura llegaban a la plaza y se encaminaban por Florida.
Hasta que en una época, en la que te metían preso por llevar ropa festiva o pelo largo, inesperadamente y para disgusto de algunos, todo cambió.

La “manzana loca” irrumpió en el despreocupado andar, aportando nuevos y extraños concurrentes… En Florida 963 abrió sus puertas el Instituto Di Tella, un local con varias salas de exposición y un auditorio para 244 espectadores, dirigido por Jorge Romero Brest, un importante y discutido crítico de arte argentino, impulsor de las escuelas de vanguardia entre las décadas del 60 y del 70 en América Latina, y ex director del Museo Nacional de Bellas Artes.
De allí en adelante nada fue igual, el cambio fue notable. El desconcierto quebró la formalidad. De 15 a 20 mil personas lo visitaban por mes… ingresar era un desafío a la sensibilidad, a lo establecido como paradigma, al mandato de las galerías de arte, a la trascendencia respetuosa. La irreverencia era sustentada y promovida por artistas sin códigos perdurables. Cultores de lo imposible, creyentes en los sueños. Buenos o malos, libres y espontáneos. Reconocidos o ignotos.
En la primera etapa se hacía una selección amplia, con propuestas muy diversas y se invitaba a los jóvenes creadores que no tenían espacios ni lugares donde mostrarse, a exhibir sus obras. Entonces un torrente abrumador de ideas novedosas en artes plásticas, música, teatro, danza e innovación tecnológica nació y se desarrolló en el lugar. Ingresar era transitar la mutación, experimentar asombro, sorpresa, admiración, pasmo, extrañeza, estupor, duda, conmoción…

Desde ingresar al baño público, de Roberto Plate, sin artefactos, solo con paredes donde la gente escribía sus frases o grafitis… o sobresaltarse con el avión bombardero que condenaba la guerra de Vietnam de León Ferrari… o recorrer La Menesunda, un laberinto de 16 situaciones de Marta Minujín… o las obras de de Gyula Kosice, Luis Felipe Noé o Rómulo Macció… todo era sorprendente.
El Di Tella rompió los esquemas tradicionalistas que dictaminaban que el arte debía permanecer en un lienzo enmarcado o a lo sumo ser esculpido…

Con la apertura del Centro de Experimentación Audiovisual en el 63, bajo la dirección de Roberto Villanueva, comenzó la etapa del teatro. Se inauguró con Lutero, de John Osborne, aunque la segunda obra presentaría a uno de los talentos más originales del teatro argentino contemporáneo: Griselda Gambaro, con su obra El Desatino. En este escenario también brillaron las bailarinas Marilú Marini y Ana Kamien, y actuaron Norman Briski, Nacha Guevara y un grupo musical denominado I Musicisti, a quienes luego se conocería como Les Luthiers.
El Instituto Torcuato Di Tella duró poco más de una década, pero cambió para siempre la manera de entender y vivir el arte en el país.

En mayo de 1970 llegó el cierre definitivo. Fue mito polémico, utopía romántica o espacio de libertad creadora en donde el idealismo chocó contra la realidad… sin embargo su ideario fundamental de cambio y renovación trascendieron al tiempo y al “barrio”, y permanecen como esperanza de transformación de la sociedad.
Luis Lorenzo es publicitario, productor de eventos, guionista de cine y autor teatral.
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