Pura mística

Por José Luis Retes

La que tenía “onda” era la calle, por su historia, por el tango, por el Obelisco y Carlos Gardel… Por los teatros, los cines y los restaurantes. También para los libros fue un punto de encuentro. Estas líneas son solamente una pintura de la década del 60.

En esa época, Corrientes era así, particular. Después de comer uno iba a tomar un café a La Paz o a la Giralda y el programa podía seguir hasta las tres, las cuatro de la mañana. Pero si uno se alejaba del barrio, la gente empezaba a ralear. En los 60 era el centro de la ciudad, también para los libros. Después empezaron a aparecer otras librerías en Santa Fe y Callao, o en Recoleta, pero eso fue más tarde. El espacio más vivo de todo Buenos Aires era la calle Corrientes.

La mística, esa especie de invitación a la aventura de la noche iba desde casi Callao hasta más allá del Obelisco, y las librerías, los cines, los restaurantes, las pizzerías y los cafés eran distintas postas, o capítulos sucesivos para esa enorme circulación de gente.

Dentro de ese itinerario, en el recorrido habitual de esas cuadras de Corrientes, el Lorraine era otro hito imprescindible. El gran cine italiano, el francés, las películas inglesas o americanas que no entraban en el circuito más fuertemente comercial pero que tenían prestigio, temática, repertorio de directores y de actores se exhibían exclusivamente en el cine Lorraine. Este era el clima reinante en la calle Corrientes.

La primera librería Fausto abrió en diciembre de 1953. Goyo Schvartz, fue el que tuvo la gran idea. Y Zorrilla, que ya era su socio en la editorial Siglo Veinte, formó parte del nuevo proyecto. En esa sociedad inicial también estuvo Santiago Rueda, el primero que editó en castellano a Freud, a Proust y a Joyce, entre otros. Se les sumó Elcano Sidelnik, un hombre que viajaba por toda América vendiendo libros, una leyenda, un tipo que fumaba habanos, no sonreía ni a palos y era muy querido porque había ayudado a un número muy grande de gente a abrir sus librerías y a sostenerlas.

Fausto fue un modelo totalmente innovador para la calle Corrientes. Fue la primera vez que una librería no la pensó un librero solo sino un librero junto a un arquitecto. Schvartz convocó a Kalmar, que era austríaco o quizás húngaro. Tenía un concepto diferente, con una vidriera potente, una iluminación fuerte, un planteo de la exhibición renovadora, ¡hasta el diseño del espacio era único, todo! En ese momento la decoración era flojísima, Fausto cambió eso. Tenía una puesta en escena espléndida para que los libros pasaran a un primer plano, inventamos una manera de exhibirlos que antes no existía, los ubicabamos en pilas, en lugar de en mesas chatitas y apagadas como era el estilo en general. Y eso generó, para el público, una manera también nueva de conectarse con los libros.

Los clientes, los habitués, eran lectores de todo tipo, de toda suerte. La gente leía, venía al encuentro de los libros, y en Fausto había libreros. El público entraba y te preguntaba qué podía leer. El librero era un interlocutor, había una relación con esa persona que entraba buscando algo para leer y que volvía a la semana buscando un libro nuevo.

La gente compraba libros por pila, entraba a 1311 (de Corrientes, la sede central de Fausto) y se quedaba horas hojeando, buscando, preguntando. A las dos de la mañana había que bajar la cortina con la gente adentro que se resistía a irse.

La amplitud de espectro de lectura era extensísima. ¡En los sesenta se leía de todo!… Julio Cortázar, Alejo Carpentier, José Donoso, Néstor Sánchez, Germán García, Juan José Sebreli con Buenos Aires vida cotidiana y alienación, grandes autores que ya no se leen como William Faulkner, Ernest Hemingway, Ray Bradbury. Las colecciones de Minotauro, Philip Dick, Ursula K. Le Guin, Arthur Clarke. También Jorge Luis Borges, Germán García y Nanina, Gusmán, Zelarayán, Viñas… Además, las editoriales argentinas traducían muchísima literatura, había enorme bibliografía de textos políticos y universitarios, también Fausto editaba sus libros con mucho éxito. Existía una especie de eclosión de publicaciones.

Después, al final del franquismo, surgieron editoriales fundamentales en España que compraron muchas traducciones argentinas, Alianza marcó una verdadera revolución en el mundo editorial de habla hispana con Javier Pradera al frente, un intelectual notable y uno de los fundadores del diario El País.

Los autores formaban parte de Fausto. Pasaban, entraban, miraban libros, conversaban, había un clima de charla y de confianza. Casi siempre a la tardecita. Ahí surgieron muchos proyectos editoriales.

Algunos, como Germán García o Luis Gusmán, trabajaban con nosotros. A los periodistas también les gustaba estar en Fausto. ¡Y a los políticos! Jauretche venía siempre, Hernández Arregui, también. Bernardo Verbitsky pasaba a charlar con Schvartz. Y Bernardo Kordon, un gran cuentista del que no se acuerda casi nadie.

Estoy hablando de Corrientes 1311, que fue donde yo empecé a trabajar y donde empezó toda la historia. Después hubo una sucursal (donde también trabajé un tiempo) que estaba en Corrientes 885. Había libros que solo teníamos nosotros, eso marcó desde el principio una diferencia sustancial con otras librerías.

En 1311, estaba Pedro. Teníamos una fórmula infalible de venta: yo me ponía a hablar con Pedro de algún libro (o, mejor dicho, Pedro conmigo) y listo. Los clientes que andaban dando vueltas por ahí se iban arrimando, escuchaban y terminaban comprando el libro del que Pedro, sin darse cuenta, hablaba con un entusiasmo irresistible.

También existía esa aptitud para establecer un vínculo con la persona que entraba, para trabar relación, entender qué quería, qué estaba buscando. Y esa pregunta, “¿Qué puedo leer?”, era clave para ese diálogo.

Hoy no creo que eso siga pasando. Quizá sí. Yo estoy alejado de esa posibilidad pero cuando entro en alguna librería no encuentro a nadie que se me acerque a preguntarme nada. ¿No tendré cara de lector? Qué sé yo… Los tiempos cambian…

 José Luis Retes fue Gerente General de Librerías Fausto hasta que fueron compradas por el Grupo Prisa en mayo del 2000.

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