El mítico Lorraine

Por Raúl López Rossi

Director de algunas de las más celebradas películas del cine argentino –Tute Cabrero, Los gauchos judíos, No toquen a la nena, Asesinato en el Senado de la Nación, Made in Argentina, ¿Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar?, y muchas más- nos cuenta sus días en el legendario cine.

Juan José Jusid en un descanso durante una filmación

“Por supuesto fui un espectador del Lorraine, que para los de mi generación era un lugar de pertenencia. Si la memoria no me falla, mis visitas más intensas y reiteradas fueron fundamentalmente en la década del 60 y quizás un poco más en los 70.

El Lorraine era el templo del cine europeo, algo del cine asiático y también de producciones independientes del resto del mundo. Así tomé contacto con directores polacos: Andrzej Wajda, Andrzej Munk, Jerzy Kawalerowicz; japoneses: Akira Kurosawa; de la nouvelle vague francesa: Jean Luc Godard, Francois Truffaut, Claude Chabrol, también Rene Clair; checos: Milos Forman, Jirí Menzel; el gran sueco Ingmar Bergman; o indios como Satyajit Ray.

Es imposible recordarlos a todos. Pero era frecuente ingresar a la sala y ver el pase de varias películas distintas en una misma jornada, que a veces también incluía las trasnoches. Igual, yo no era lo que llamábamos entonces “una rata de cinemateca” o sea un espectador adicto e incansable, con horas y horas enfrentando la pantalla, y asistiendo a los más diversos materiales. Yo veía mucho, pero trataba de elegir lo que veía.

Mi pasión por el cine se materializaba también con la asistencia regular a dos cineclubs famosos de la época, que eran Núcleo y Gente de Cine.

Allí, muchas veces en trasnoche, veíamos preestrenos nacionales y de diversos orígenes. Ahí nació mi admiración por el cine independiente americano de New York (Stanley Kramer, Delbert Mann) que irrumpió a fines de los 50’.

Intimidad de una estrella y Marty

Pelis como Despedida de soltero (Billy Wilder), Doce hombres en pugna (Sidney Lumet), Marty (Delbert Mann) o Intimidad de una estrella (Robert Aldrich) nos producían a mí y a algunos de mis colegas una gran admiración.

Creo que Tute (https://www.youtube.com/watch?v=J2mGhfatIag), mi primera película, fue fuertemente influida por esta estructura de producción, totalmente opuesta al formato hollywoodense.

De cualquier manera, el Lorraine, con Alberto Kipnis, su titular, que muchas veces estaba tras la boletería, era como la casa de uno. Estaba muy claro que quienes iban allí no era precisamente por la calidad de la proyección o del sonido. Todo lo contrario. Era el lugar que aceptábamos con todas sus limitaciones porque nos pertenecía. Era, me atrevo a afirmarlo, un tema de identidad.

Ir al Lorraine y concluir la noche con unos tallarines de Pippo era parte de la cultura de mi generación. Era sentirse parte y por tanto compartir un proceso cultural que nos gratificaba y al mismo tiempo provocaba debates o enfrentamientos apasionados.

Sin duda que el Lorraine está pegado a la etapa juvenil de nuestras vidas. Por tanto su recuerdo sigue impregnado del afecto y las gratificaciones que nos procuraba. Somos, sin duda, lo que le debemos: horas y horas de discusiones o debates a veces encarnizados, post proyección de películas que nos abrían la cabeza, nos llenaban de preguntas, de dudas, de angustia… pero también de asombro”.

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