Fuera del tiempo

Por Luz Martí

Pedraza de la Sierra es un pueblito de Segovia para paladares curiosos y amantes de la historia, perderse entre sus callecitas de piedra es viajar sin paradas a la época medieval.

Para los argentinos, Madrid es uno de los puertos más habituales de entrada a Europa. Así, por lo general, llegamos y conectamos con otro vuelo y no recorremos en profundidad esa ciudad maravillosa, bien cuidada, de clima agradecido, de terrazas pobladas de mesitas y pasamos de largo.

Sabiendo que me quedaría unos cuantos días, estaba empecinada en hacer una escapada a La Granja de San Ildefonso. Quería volver a ver el otoño en ese parque como hacía muchísimos años cuando usaba, una bufanda del mismo amarillo que las hojas de los castaños que rodeaban las fuentes.

Entrar al palacio me llevó misteriosamente al campo de mi infancia, a la provincia de Buenos Aires, al mismo olor a frío cerrado y seco que inundaba la casa cuando abríamos la puerta después de un tiempo de ausencia. Algo mío, nunca supe bien qué, pedía ser recobrado en ese lugar distante. El palacio, los tapices y los cristales me importaban menos.

En el camino fuimos dejando atrás carteles indicadores de pueblos como Otero de los Herreros, Estación del Espinar, Ortigosa del Monte, nombres desconocidos que sonaban a literatura, a novela de caballería y que para mí condensaban en sí mismos el espíritu español.

Me acordé entonces de la pequeña Pedraza de la Sierra, uno de los pueblos rurales más lindos de España. Una joya medieval de tan sólo quinientos habitantes en la provincia de Segovia, a minutos de ahí… Se hacía tarde pero la idea prometía.

Nos recibieron las silenciosas calles empedradas, la Plaza Mayor, el castillo adusto y la cárcel centenaria.

Algunas noches de verano, se celebra allí la Noche de las velas: por unas horas el pueblo se olvida de la electricidad y todo queda envuelto en la misterioso tono ambarino y tenue de mil llamas pequeñas. No pudimos verlo pero cuentan que el espectáculo es tan bello que en esos días la cantidad de visitantes aumenta de tal manera que termina por quitarle parte de la magia y del silencio.

Pero esa noche, Pedraza estaba sola y era nuestra.

Recordaba, hacía tiempo, haber estado en un negocio de decoración exquisito, de productos rústicos y simples. Muebles, vajilla campestre de cerámica, cestería, mantas de lana merino hilada en la zona se vendían en De Natura, con sus paredes encaladas, sus pisos de piedra y sus puertas y columnas de maderas eternas.

Lo busqué pero fue inútil, hace unos años De Natura abandonó la venta de objetos para la casa y se convirtió en un lugar para fiestas y casamientos.

Hoy, desde esa misma casa rústica y elegante, ofrece ambientes que conservan el sabor de la tierra segoviana actualizados por el refinamiento de sus dueños.

Además de pasear, uno de los mayores atractivos de España es, sin duda, su comida y la diminuta Pedraza no se queda atrás.

Con algunos nombres de platos que nos resultan encantadores como “patatas revolconas”, Pedraza ofrece productos tradicionales y sencillos del campo, ideales para enfrentar sus inviernos helados.

Variedad de guisos como los judiones de La Granja y la Caldereta (de cordero y papas muy especiado), la pesca de río o el revuelto triguero (huevos revueltos con espárragos verdes tiernos) hasta las croquetas de jamón (inolvidables, crocantes y adictivas) o la sopa castellana.

Las carnes contundentes como corderos y cochinillos asados quedan, como dicen allí, “de cine”, acompañados por un Rioja o un Riberas del Duero.

En pleno verano, para refrescar la mesa, aparecen dos de mis preferidas delicias españolas: el gazpacho y el salmorejo.

De aspecto parecido pero con sutiles diferencias que un viajero gourmet debe conocer: en ambos se usa ajo, tomate, pan duro y aceite de oliva pero el primero lleva también pepino, ají y vinagre. En el gazpacho se agrega más agua, lo que hace que se pueda tomar en un vaso mientras que el salmorejo, espeso como una crema fría, exige cuenco y cuchara. Al primero se le agregan encima pedacitos de pan, de ají o de tomatitos picados finos y al segundo se lo corona con una lluvia de huevo duro picado y taquitos de jamón serrano.

La tarde había sido poco. El gris plomo del cielo y el silencio de las calles nos invitaron a investigar alguno de los hoteles casas rurales que abren las puertas a la calidez de sus habitaciones impecables y de sus leños encendidos, invitándonos a descansar fuera de todo tiempo, abrigados, con el aire frío y perfumado de las sierras colándose por las ventanas apenas abiertas.