El secreto mejor guardado
Soy una amante de las experiencias, amo recorrer el mundo en busca de ellas.

Me encanta recorrer el mundo y fundirme con sus habitantes y sus tradiciones, ponerme en los zapatos de otras culturas y sentirme una más del lugar. Desde esta perspectiva que me auto-creé (no sé si es válida para el resto de las personas, pero para mí los es), cuando encuentro o me revelan algún secreto local, no siento que profano nada porque ya no soy una outsider, sino alguien más del clan.
Quiero contar un secreto de un lugar nada secreto: la archiconocida gruta azul en Capri, en la Costa Amalfitana.
Desde adolescente me fascinaba mirar fotos de aquella “cueva mágica” con un color de agua especial, un turquesa rabioso que parecía venir iluminado desde lo más profundo del mar y que en mi imaginación se parecía al mar profundo de la película de James Cameron, The Abyss.
Con los años empecé a viajar asiduamente a la Costa Amalfitana: primero como una “turista normal”, después con las frecuencias anuales me fui haciendo amigos locales, dueños de barcos turísticos pequeños que recorren la zona con los que llegué incluso, a pedido de ellos, a hacer de guía y traductora a viajeros sajones o asiáticos que no entendían el italiano.
Una cosa que siempre me llamaba la atención era que al llegar a la “boca” de la famosa “grotta azzurra”, los marineros siempre decían que el lugar no valía tanto la pena, ya que para poder entrar había que hacer largas colas de espera bajo el sol. Más de una vez escuché a los turistas sentirse frustrados (yo incluida) porque no la podían ver por dentro, pero acataban la recomendación de los que sabían.
Aunque el argumento era real, la entrada a la gruta es muy pequeña y solo pueden entrar barquitos con dos personas y un remero, no significaba que la frustración se produjera. Como consuelo, los marineros siempre repetían: “Y la marea puede subir en cualquier momento”.
Todas las veces que pasé por allí tuve la oportunidad de ver, con mucha envidia, que algunas personas privilegiadas salían mojadas del interior de la gruta, aunque se mantuvieran sentadas dentro del barquito. ¡Como si hubieran hecho una travesura y no pudiesen decir nada!
Por supuesto, que después de quedarme atragantada con esa imagen pregunté a mis amigos y me enteré del verdadero “secreto”: además de pagar un ticket de entrada oficial, por una muy buena propina, los barqueros permitían que la gente se sumergiera rápidamente dentro de la gruta a cambio de no decir nada.
Esta información me quedó registrada.
Al año siguiente, decidí volver a “la Costa” y en vez de ir a dormir a la ciudad de Capri, que es la más conocida y famosa, fui a Anacapri, la “otra ciudad”.
Mucho más salvaje y antigua, está en la parte más alta de la isla, donde todavía se ven las cabras que ni deben imaginarse que gracias a ellas, se inventó el nombre de una de las ensaladas más famosas del mundo: la “insalata caprese”.
El motivo de haber elegido Anacapri es que yo sabía que desde allí había una bajada dura y escarpada que comunicaba, con un poco de esfuerzo físico, a las escalinatas de la dichosa gruta.
Después de pasar largos ratos con los “capreses” de Anacapri (allí también existe la rivalidad entre las dos localidades) me enteré que había una fórmula para poder entrar a nado en la gruta, sin tener que pagar nada a nadie, ni depender de ningún barquito. Así era el modo como lo hacían los lugareños.
A poco de arribar, bajé corriendo para poder llegar a la boca de la gruta antes de que se hiciera tarde. Recuerdo que lloviznaba… Pero en mi fuero interno había decidido que nada ni nadie me iba a detener. Era LA oportunidad.
Después de años de espera, ¡lo hice! Entré nadando a la grotta azzurra sin que nadie me dijera nada.
¿Qué les puedo decir? Todo lo que yo había fantaseado y las imágenes que había visto y soñado antes no alcanzan para describir la belleza de ese lugar turquesa, transparente, vibrante, desbordante de energía.
Me quedé allí, sola, a piacere, todo el rato que pude, disfrutando como una niña de mi travesura, hasta que sentí el aviso de que la marea estaba por subir y con ella se tapa la boca de agua.
Salí feliz, llena de agradecimiento a la vida y a la belleza de nuestro planeta Tierra, sin encontrarme por el camino con ningún aprovechado que lucrara con este programa.
¿Cómo lo hice?
Se dice el secreto, no el pecador.
Sabina Ricagni de Assis, es publicista y escritora. Su último libro: No hay WIFI en el purgatorio.
Fotos: Sabina Ricagni y Unsplash
Si conocés algún lugar secreto, no dejes de escribirnos a hola@amantesdelobueno.com
La grotta azurra siempre estuvo en mis sueños. Tuve la suerte de ir dos veces y poder entrar. Y maravillarme con ese inigualable azul profundo,.después a los guías, desalentar el ingreso, por la larga espera, el sol, los mareos….Pero yo me había cruzado el mundo para entrar..La segunda vez, el barquero me recomendó llevarme agua de la grotta en una botella. Y aquí la tengo. Esa misma vez, dos chicos argentinos, que paraban en Anacapri, en la parada de buses, me contaron ese ” secreto”. Y desde ese día me desvela regresar!!!!
Alejandra, extraordinario tu relato! Gracias por compartirlo!!