Cotswolds, magia pura
Inglaterra para mí tiene un encanto especial. ¡Sabía tantas cosas de ese país! Conocía sus reyes y reinas desde la primaria, sus Edward & Richard asfixiados en la Torre de Londres, Enrique VIII y sus seis esposas, sus Shakespeare y Marlowe del secundario, sus músicos y sus sublimes actores y actrices de todas las épocas…. Pero esta vez la visita a Cotswolds me colmaría por completo.

Londres me esperaba con todo lo que tiene siempre para ofrecer, pero esa vez, mi viaje tenía condimentos que me llevarían fuera de la ciudad: una amiga viviendo en Oxford, otra que me invitaba a recorrer los Cotswolds y, finalmente, un primo que nos alojaría en su casa londinense para hacer un poco de compras y ver algunas muestras de arte. Un horizonte plagado de descubrimientos por hacer.

La primera escala fue Oxford donde mi amiga inglesa, astróloga, me recibió en su departamento algo caótico, decorado con colores vibrantes, recuerdos de viajes exóticos y mapas astrales en las paredes.
Cenamos temprano pero hablamos hasta tardísimo preparando las visitas del día siguiente: “The Bod”, la maravillosa Bodelian Library, de 1602, los edificios pertenecientes a la Oxford University de estilo gótico inglés, cubiertos de glicinas que parecían florecer para nosotras, las calles estrechas, las tiendas y los bares y restaurantes con platos de cualquier país del mundo.
No lo sabía, pero para mí, ese paseo no sería gratis, aunque tuvo un precio simpático: mi amiga estaba terminando su carrera de Coach y necesitaba presentar en un video el caso de un “paciente” que manifestara sus conflictos para que ella, mediante preguntas idóneas, lo guiase hacia el encuentro de una solución.
“Paciente” no tenía. Y, ¿adivinen quién tuvo que actuar su mejor papel? Apelando a mi histrionismo desempolvé un conflicto apropiado para que ella se luciera conmigo, haciendo una especie de bochornoso “simulacro”, hablando en inglés en voz alta, sentadas en el jardín de un pub a orillas del río, frente a un montón de gente que nos miraba entre extrañados y distantes como, gracias a Dios, suelen hacer los ingleses.
El video quedó genial y yo, compenetrada, hasta lloré conmovida, lo que le dio el toque de dramatismo y credibilidad necesarios, a pesar de que también tuvimos que parar varias veces para reírnos a carcajadas.

Pasar con otra amiga a los Cotswolds fue la magia llevada a su máxima expresión. Visitar algunos de esos muchísimos pueblos detenidos en el tiempo, con nombres imposibles de recordar pero cuyas imágenes quedan grabados en nuestras memorias, fue mágico.

Empezamos por Castle Combe donde, para preservar su estilo, no se han construido casas nuevas desde el siglo XVII. Caminamos embelesadas por sus calles y entramos a su bosque provistas de botas de goma, elemento fundamental para el campo inglés.

De allí pasamos por Bourton-on-the-water, la Venecia de los Cotswolds, en un continuo enamorarnos de sus casas de piedra cubiertas por hiedra y sus jardines impecables entre canales y puentes.
Kembleford, pacífico y desconocido para mí, me resultó misteriosamente familiar: descubrimos que se trataba de la iglesia donde se rueda una de mis series de detectives preferida: Father Brown. Una pena no toparnos con el elenco para completar con una selfie, nuestra alegría de cholulas porteñas.
A esa altura yo ya soñaba con sentarme a tomar té, comer tortas y probar maravillas desconocidas para reponerme de tantas emociones y caminatas.
Mi amiga había planeado las cosas de tal modo que el último eslabón del paseo fue Daylsford Organic, en las inmediaciones de Moreton-on-Marsh.
Daylsford es una granja orgánica de 28 acres que lleva cuarenta años dedicada a producir y vender comida natural, bebida, utensilios de jardinería y los objetos de decoración más elegantes que podamos imaginar.

Con los años, además de un restaurant y café llenos de encanto, levantados dentro una especie de galpón gigante decorado con muebles, loza, mantelería y adornos sencillos de muchísimo nivel, agregaron a sus famosa huerta y almacén orgánicos, una escuela de cocina, un spa, un espacio para dictar talleres de floristería y otro para festejar casamientos.
El té llegó acompañado por gloriosos sandwiches de berro y huevo con un toque de curry y un pan de frutas de damascos, pasas y nueces del que, al borde de la adicción, compré algunas rebanadas para el camino de vuelta.
Llegamos a Londres de noche, felices, agotadas, con las botas de goma y llenas de productos orgánicos.
Mi amigo nos esperaba con una sopa humeante. Las compras y las galerías de arte quedarían para los días siguientes.
Un viaje soñado…me veo alli otra vez…
Visite Oxford y alrededores pero leyendo esta maravillosa nota me di cuenta de que no lo conocí
Luz, como siempre, con “pluma” iluminada
Muchas gracias
M