Un lugar llamado Alex

Por Luis Lorenzo

Todos los que amamos el cine (se llame Lorraine o como más nos guste), tenemos alguna conexión con Alex. Los que tuvimos que ver con la producción cinematográfica lo conocimos de punta a punta. Los que no tuvieron esa suerte, seguramente más de una vez repararon en una frasecita que se repetía en casi todas las películas argentinas: procesada en Laboratorios Alex. Te llevo a recorrer este espacio que ya no existe… pero siempre se recuerda.

En la calle Dragones al 2250 estaba el Laboratorio Alex, el complejo embudo procesal de la industria cinematográfica nacional.

El muro exterior, de diseño incierto, otorgaba mesura a su original y notable función técnica y ocultaba discretamente, sin alardes de volutas y adornos, el interior: un espacio singular, inimitable e inconfundible, el taller de las ilusiones.

Se accedía por una escalinata de 16 peldaños. Al ingresar al gran hall de recepción se percibía expectativa, cansancio, trajín, informalidad, imaginación, fantasía, visión, esperanza o desengaño. Allí funcionaba la mesa de entrada y salida del material, a la que recurríamos frecuentemente con preguntas o requerimientos, siempre atendidos por pacientes informantes. En un lateral, la anodina cabina de la telefonista que, por los parlantes, convocaba a los receptores de llamadas. Dispuestos sobre la pared, un juego de sillones desvencijados y torturados por noches de semidormidas esperas de inquietos y anhelantes personajes que aguardaban la entrega de algún material en proceso.

“Juan Moreira”, obra mayor procesada en AlexLa concurrencia era heterogénea: distintos oficios, distintos destinos, distintas expectativas, distintas glorias. Sus transeúntes, ocasionales o permanentes, conformábamos una variada especie humana, una asociación o logia en la que convivían decepciones, fracasos, éxitos o reconocimientos… laboratoristas, directores, asistentes, jefes de producción, editores, sonidistas, musicalizadores, proyectoristas, escenógrafos, locutores y artistas.

Desde divas como Isabel Sarli, que descendía de un auto lujoso, subía la escalinata cubierta con un tapado blanco, traspasaba la puerta y, ante las miradas admiradas, ingresaba como una reina a su palacio para encontrarse con Armando Bó. O también Sandro, con su carisma seductor… Leonardo Favio, con su mirada vivaz y melancólica, hasta desconocidos extras convocados para alguna tarea ocasional.

En sus entrañas convivían personas especiales, entre ellos el gran Alberto, concesionario del bar restaurante. El lugar tenía un mostrador en forma de herradura rodeado de taburetes, en los que democráticamente se sentaban, lado a lado, famosos y anónimos. En su interior atendía Alberto y sin lugar a apelaciones decidía lo que debía comer ese día el comensal, sin dar alternativas a deseos personales. Él ofrecía, quizás bajo inspiración mágica, lo que le provocaban los rostros enfadados, circunspectos o contentos de los clientes. Sus menús eran sencillos, abundantes y apetitosos y en más de una ocasión y gracias a su generosidad he comido a crédito.

Las cabinas de compaginación o edición, atendidas por sus dueños y colaboradores, encerraban el misterio de la transformación y ensamble prodigioso de las imágenes. La sincronización del sonido de la claqueta con las tomas de las películas era la orden de partida de un destino incierto y tentador, donde el gusto y la creatividad de los directores y la experiencia de los compaginadores intentaban concluir un relato innovador. Entre opiniones, cortes y empalmes, con el paso de las horas había lugar para el humor, para comentarios de fútbol, de política, de belleza, de virtudes y defectos, propios o ajenos. Por los pasillos se cruzaban realizadores de largometrajes y productores de cine publicitario, una cofradía de diferentes presencias inmersa en proyectos, deberes, sueños y fantasías.

El 8 de enero de 1969 se produjo un incendio. Las pérdidas fueron una tragedia para la historia de nuestro cine. Se quemaron los negativos de Argentina Sono Film y de productoras de largometrajes, documentales y películas publicitarias, y con ellos las matrices para tirar copias de la mayor parte de los filmes nacionales. Sin embargo, los que tuvimos la fortuna de disfrutar esa atmósfera crédula en aciertos y profesiones jamás olvidaremos ese tiempo, hoy aparentemente muy distante y sin embargo tan apegado a nuestras vidas.

La nostalgia es un sentimiento que nos invade cuando pensamos en el pasado, pero en este caso es un recuerdo de un tiempo remoto inolvidable. Corte, se copia. Gracias.

Luis Lorenzo es publicitario, productor de eventos, guionista de cine y autor teatral.

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