Un cuento mágico

Por ADLB

Seguramente muchos conocen a Marta Oyhanarte, madre, abuela, también abogada y comprometida con la democracia. En estos días conduce un programa de radio “Al derecho y al revés” junto a Alejandro Drucaroff, Mercedes Jones y Carlos March donde participó Amantes de lo bueno. Pero no tantos conocen su pasión por las letras y sus dotes de escritora literaria. Marta nos compartió un relato que escribió para el Mundial de Escritura.

Ponete unas zapatillas cómodas y salí a caminar de la mano de Marta….

Una caminata distinta

Entré por una puerta falsa. Estoy segura. Como casi todas las mañanas salí para hacer mi caminata habitual. No hacía frío pero había una niebla espesa. Me gustó. Los edificios tenían un tono agrisado diferente al de otros días. Llegué al bulevar que desemboca en el lago, doblé a la izquierda y apuré el paso. Quería llegar cuanto antes para ver los árboles, el agua, los patos, los caminantes, inmersos en esa nube. Pasé cerca de los fresnos, no se veían las copas, al eucaliptus lo reconocí por el tronco, tampoco se veía su copa.

El agua del lago, oscura, casi negra, patos, ninguno, caminantes, pocos…Me agaché para atarme el cordón de la zapatilla, al levantar la vista apareció ante mí una bola azul, enorme…se fue transformando en un cubo, parecía una casa porque se distinguían algo así como un par de ventanas y una puerta angosta.

Sí, era una casa, que ayer no estaba…será una de esas construcciones que se hacen en 3D, pensé. Me acerqué a la puerta, era la pared pintada, me apoyé y casi me caigo porque esa puerta falsa se movió y se abrió. Entré. No había niebla, estaba oscuro y vacío. No había ventanas. El techo era plano y tenía una lucarna por donde entraba un poco de luz. En una de las paredes del cubo vi algo que me pareció un tablero de electricidad. Lo abrí.

A la izquierda un botón rojo, a la derecha un botón verde, en el centro cuatro números -1680- debajo, un cursor con una indicación hacia arriba y otra hacia abajo. Apreté hacia arriba…1670…1660. Hacia abajo, 1690…1700…1710  seguí apretando, Esto está marcando décadas -me dije-. Pasé rápidamente muchas décadas…me detuve en la de mi infancia. Y ahora, ¿qué hago? ¿Botón rojo o botón verde? El rojo me daba miedo. Apreté el verde. Escuché a mis espaldas un ruido como si alguien estuviera arrastrando muebles. Me dí vuelta.

Sí, había muebles y otros objetos. Busqué a quien hubiera podido colocarlos allí en ese momento. Nadie. Por la lucarna ahora entraba más luz. Comencé a reconocer cosas. El bolso que mi madre usaba cuando iba a trabajar. Lo abrí, busqué los caramelos que algunos días solía traerme, no había. Quise correr el bolso de ese lugar para buscar otras cosas pero no hizo falta, se desintegró. Un poco más allá, en el suelo, ¡la boina vasca que usaba mi abuelo! Intenté levantarla pero desapareció. El reloj de pared, la mesa donde los domingos se amasaban los ravioles…

El lugar se impregnó de un aroma familiar; allí, a un costado, la cocina económica; apoyé mi mano en el hierro como para acariciarla…¡estaba encendida! Me quemé. Gritando pegué un salto hacia atrás y tropecé con mi caja de juguetes. Los reconocí enseguida porque eran pocos: el muñeco que siempre tenía los ojos abiertos, el jueguito de té, las maderas para armar casitas y ¡la  pelota color ladrillo con rayas blancas que era mi juguete preferido! …estaba por sacar algo más pero todo se desarmó y quedé sosteniendo aire; la mano quemada seguía ardiendo. De repente, iluminada por la lucarna  ¡mi sillita de mimbre! Corrí a sentarme en ella.

Creo que me achiqué porque mi cuerpo se acomodó rápidamente. Me apoyé con fuerza en el respaldo, apreté los brazos alrededor de las rodillas, cerré los ojos y sin medir las consecuencias dije, como entonces ¡a volar! La silla se elevó, creo que salimos por la lucarna; abrí los ojos, no había niebla, el sol iluminaba el parque, dimos vueltas entre las nubes…hubiera seguido pero recordé que Maica iba a casa a dejarme a los chicos Volví a la casa-cubo ingresando por donde habíamos salido.

Me aferré a la sillita… y se esfumó, quedé abrazando el aire. El lugar ahora parecía vacío. ¡No!  En un rincón estaba la pelota. Corrí a buscarla, la piqué, la besé y pensé que se iría, como todo lo demás. Pero no, a pesar de que mi mano quemada me seguía doliendo la apreté fuerte para que no se me escapara. Salí por la puerta falsa.

Corrí hasta mi casa. Estaban llegando en ese momento Maica y los chicos.

Hola abue! -dijeron Vilma y Juancito.

Maica me preguntó si estaba volviendo de mi caminata

-Sí, una caminata distinta hoy, mucha niebla.

Mientras los chicos corrían a colgar sus abrigos Maica vio la palma de mi mano roja y me preguntó qué me había pasado.

-Esta mañana, preparando el desayuno, me pareció que la cocina no estaba encendida y la apoyé en una hornalla.

-Uh, qué macana.

-Si, y tengo una pelota nueva que compré ayer para jugar con los chicos, por suerte la mano quemada es la derecha, porque, como sabés, soy zurda, le dije sonriendo.

Maica se despidió. Chicos, pórtense bien. No hagan enojar a la abuela, en un par de horas vengo a buscarlos. Cuando Vilma y Juancito me pregunten por la mano quemada y por la pelota nueva les voy a contar la verdad.

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