¡Qué fantástica esta fiesta!
A mi edad no es común tener amigos que se casen, aunque hay excepciones en las que algunos que estaban flojos de papeles y quieren dar una sorpresa se deciden a hacerlo. En buena hora, me parece una magnífica idea.

Son estos casamientos, en general, oportunidades en las que te encontrás con viejos amigos/conocidos reunidos en una fiesta con música de fondo relativamente baja, dadas las condiciones de hipoacusia que en alto porcentaje padecemos los invitados y que con mayor volumen impediría toda posibilidad de diálogo.
Buena comida y bebida. Algo de baile. Brindis por los novios y viejas anécdotas, repetidísimas por cierto pero divertidas. Y eso. Lo breve, si breve…. ya sabemos; a la una o una y media, a casa y todos felices.
Pero están los otros casamientos. Los de los hijos y por qué no, de los nietos de viejos amigos que han decidido formalizar lo que empezó como un “vamos a probar” que llamaron convivencia y salió perfecto. ¡Excelente! Un buen regalo que puede ser, como es moda desde hace tiempo, algo relacionado con su viaje de bodas, una lindísima iglesia siempre con un cura amigo que les habla con cariño, llantos de emoción y hasta aplausos a los novios.
Y acá viene el tema del que me quiero ocupar. ¡La fiesta! Nada que ver con lo que describía más arriba. De movida nomás entramos a una zona destinada a la recepción de los invitados con diversas mesas con delicias y barra de tragos con una fila de demandantes de alcohol más larga que la de San Cayetano, además de mozas bandejeando exquisiteces.
Reconozco que esa parte me encanta. Realmente la disfruto. Se complica un poco cuando te sirven algo con un platito y tenedor y tenés tu vaso de bebida en la mano. Encima te dan una servilletita que la tomo entre el dedo índice y el mayor con la mano de la copa. Realmente difícil. Ambas manos ocupadas. ¿Cómo hacer? A buscar una mesa cercana donde apoyar alguna de las dos cosas. Solucionado.
Como paso siguiente, pasamos a un salón lleno de mesas donde se escucha un sonido de fondo en el que prevalecen notablemente los graves y que según dicen ayuda, aunque no sé a qué. En el trayecto que recorremos buscando la mesa asignada veo algunas caras conocidas que no llego a hermanar con un nombre por lo cual me hago el burro. Finalmente llegamos a la mesa 24, nuestra mesa.
Ya hay dos parejas sentadas, más Silvia y yo, seis, falta una pareja, pues son mesas de ocho. No tengo ni la menor idea de quienes son los que ya están en la mesa, por lo que me queda la remota esperanza de que los que faltan sean conocidos nuestros. No importa demasiado, somos sociables y nos presentaremos. Realmente no sé en qué pensaba mi amigo cuando nos ubicó en esa mesa. Todo bien.
Al momento de sentarnos veo con espanto que a escasos metros tenemos dos poderosos parlantes de los que sale el sonido grave que les conté. Ahora ya se escuchan algunas notas de algún instrumento diferenciado del bum-bum. No hace falta disponer de un decibelímetro para darse cuenta de que esos sonidos comienzan a ser dañinos para mi oído sano, ya que por el otro no oigo nada desde hace tres años. Hipoacusia súbita, me dijeron.
Llega la pareja que faltaba. Totalmente desconocida. Silvia me aclara, medio a los gritos, venciendo al sonido cada vez más fuerte, que ella es la tía del novio de la hermana de Cachi. Yo no recuerdo quien es Cachi y menos su hermana, pero no pregunto y sonrío amablemente a los recién llegados. Se sientan al lado de nosotros del lado de mi oído sordo.
Nos sirven unas empanaditas y llenan las copas; el volumen de la música aumenta mientras la señora recién llegada comienza a comentarnos algo que interpreto es referido a lo divina que está la madrina, ya que Silvia que está del otro lado, con sus respuestas, me da la pauta del tema. Con los que están enfrente de nosotros no tengo la más mínima esperanza de cruzar palabra, ya que lamentablemente no tengo la habilidad de leer los labios y lo que sale de los parlantes está haciendo vibrar las copas. Pero cada tanto les sonrío.
¡Llegan los novios a la fiesta! Suena un tema elegido por la novia que es el que oían cuando se pusieron de novios. Aplausos y gritos. De las mesas de los jóvenes amigos se levantan decenas de chicos y chicas que corren a recibirlos y a levantarlos en andas con la misma facilidad que si lo hubieran ensayado mil veces. No se les ocurra acercarse al centro de la pista donde ya están saltando y revoleando al novio porque puede ser similar a caerte dentro de un volante de los All Black.
Los compañeros de mesa y nosotros estamos ahora parados mirando como el cuerpo del novio aparece y desaparece por encima del horizonte determinado por el grupo de amigos que nos impide ver si el recién casado ha sido felizmente atajado. Suspenso. Un señor de al lado murmura algo risueñamente señalando a la pista de los saltos. Interpreto que quiere decir algo como ¡qué bestias!
Terminado el revoleo, los jóvenes amigos vuelven a sus mesas. Se sirve la comida. Altísimo medallón de lomo con verduras y una salsita profesionalmente distribuida en el plato. Buen vino. Gracias a Dios bajan el volumen de la música. Igual en el oído sano me quedó un silbido que después seguramente irá pasando. Pasan los novios a saludar por las mesas y sacan fotos con cada uno. Muy lindo. Una lindísima novia y todos dicen que él es un amor.
Es momento de salir con Silvia a fumar un cigarrillo y en el trayecto descubrimos una mesa con unos cuantos conocidos que sabemos son muy divertidos y está ubicada lejos de todo atormentador parlante. Los saludo y pienso: ¿En qué pensaba el que nos ubicó en la mesa 24 donde no conocemos a nadie? Fumamos un pucho, tomamos aire y volvemos.
Empieza el baile y con Silvia bailamos un rato hasta que cambia el ritmo y los más jóvenes se lanzan a la pista con coreografías espectaculares y ni hablar del acting; ya todos están con la camisa afuera, las corbatas atadas cual vincha y sudor tipo segundo tiempo. Mejor nos corremos de la pista.
Volvemos a la mesa a seguir con el buen vino. Vemos unos preparativos a un costado que no es otra cosa que la instalación de lo necesario para… el video!!!!! Ella de chiquita con sus padres, él de chiquito con los suyos. El viaje de egresados de uno; él saliendo de la facultad cuando se recibió; con los amigos de uno y otro. Con el equipo de fútbol del colegio. El primer viaje que hicieron solos los novios y finalmente el civil que fue el día anterior. Siempre con fotos que se acercan y alejan o se van girando. Emocionante.
Durante el postre que Silvia jamás prueba y termino comiéndomelo yo, miramos el reloj: las dos de la mañana. Un café, una mirada de acuerdo: saludamos a los padrinos y partimos. Ya otros se están yendo también. Se me fue el silbido del oído. No hace frío y es una preciosa noche estrellada… Todo bien. ¡Vivan los novios!
Gustavo Bayá es un ingeniero amante de la naturaleza que en sus ratos libres escribe historias entrañables y muy divertidas.
Fotos: Gentileza Rodríguez Mansilla
Si te gusta escribir relatos con humor, no dejes de escribirnos a hola@amantesdelobueno.com
Estimado Gustavo:
Identificación total!
Todos pensamos y padecemos lo mismo pero…igual siguen casándose e invitándonos como corresponde.
Felicitaciones por tu historia.
Los amigos son los amigos, de eso no hay duda, el tema son los parlantes y los oídos que ya no son lo que eran! Quizás ahora con tantos cambios también cambien los festejos…¿Cómo te imaginas que deberían ser, Leticia?
Me gustaría que se pudiera bifurcar el festejo, uno para el círculo íntimo con familia incluida y otro para los amigos de los novios.
Dos estilos.El primero cálido y sencillo, corto y cariñoso.
El segundo, boliche!!
En el primero se prioriza la comida y en el segundo, la bebida.
Y si deciden mostrárnoslos por zoom, les agradecemos y enviamos un regalo mejor!
Excelente tu idea, Leticia. Buen aporte para la comunidad! Saludos de los Amantes de lo Bueno
Gracias Leticia! Seguiremos festejando los casamientos de los jóvenes. Buena tu idea de dividir los festejos. Así hacen ahora en algunos cumpleaños.