Piazzolla: una bioparole (5)

Por Raúl López Rossi

Astor sale a comerse el mundo, Astor siente que su música es reconocida masivamente. O casi. Astor se vuelve a enamorar. Apagón.

La Balada para un loco fue un triunfo… pero no en el Festival de la Canción, donde salió segunda, a pesar de que la mayoría de los jurados decía que la había votado.

Y también fue un escándalo. La mitad del público los aplaudía, la otra mitad los quería matar.

No habías ganado el premio, pero por primera vez en tu vida sentías que estabas llegando a mucha gente. Los giles seguían diciendo que eso no era tango… que era un pastiche… que era un delirio… pero la gente cantaba la Balada… muchos artistas grababan la Balada… Y hasta los locos del Borda, para quienes fuiste a actuar 3 veces, la agradecían.

Amelita, Horacio y Astor estaban en estado de gracia… Creaban, actuaban… se entregaban completamente a lo que les gustaba y sabían hacer. Y creían que por primera vez les iban a pagar lo que se merecían… Creían…

Todavía tenían que tapar el agujero que les había dejado María… un éxito artístico pero un negocio desastroso… Y por más que tocaban y tocaban… los números no cerraban. Decían que esa música era de primer mundo… pero cobraban por la ventanilla del tercero… y a veces del cuarto.

En ese momento, como en muchos otros, se acordó de Nonino… Y recordó algo muy valioso que le había dejado en su herencia…: sus hormigas.

Y se fueron. Hicieron las valijas y se fueron.

Los 3 sueltos en Europa eran algo grande… No voy a decir que “París era una fiesta” porque alguien ya lo dijo… Y porque no sólo era París. El mundo era una fiesta. O al menos lo era para ellos… Y, por primera vez, sentían que su trabajo realmente se reconocía…

En París. Con Amelita y Ferrer. Y con su gran amigo José Pons

La fiesta duró bastante tiempo… Iban, venían, la disfrutaban mucho… pero en un momento algo se resquebrajó… Amelita y Astor empezaron a distanciarse. Astor empezó a fumar y a comer como un loco. Entró en un bajón creativo. Y de golpe, se apagó la luz.

Cuando se volvió a encender estaba enchufado a un montón de cables y sondas… y unas cuantas personas vestidas de blanco lo miraban con preocupación. Astor, Superman, el que no paraba nunca, había tenido un infarto.

La verdad es que no tuvo miedo de morirse… Pero tenía terror de no poder volver a hacer música.

Había cumplido 53 años, y aunque en ese momento no lo sabía, sólo le quedaban 17 para poder hacer todo lo que le quedaba por hacer… Y no lo iba a dejar de hacer.

Salió del hospital, saltó de la silla de ruedas en la que lo habían metido, la convenció a Amelita y se volvieron a ir… “Todos los caminos conducían a Roma”…

En 1975 su música sonaba mejor que nunca… pero la relación con Amelita desafinaba… mucho. Y se separaron.

Estaba nuevamente solo. Y no le gustaba la soledad… Pero cómo lo inspiraba…

Soledad, Octeto Electrónico

Astor tenía contratos, actuaciones en la tele, películas, discos… tenía todo lo que siempre había querido tener… pero estaba solo. Hasta que llegó Laura…

A Laura la conoció en el lugar menos pensado: en un estudio de televisión. Nunca le había gustado mucho la tele ni la gente de la tele… pero esa chica tenía algo distinto. Había estudiado canto y sabía mucho de Schumann, de Bach, de Gershwin. Se animó a invitarla a comer a El Tropezón… Y aceptó… Comieron osobuco… hablaron de Brahms. Y no se separaron nunca más.

Laura lo curó. No sé sabe de qué estaba enfermo, pero su aparición fue sanadora… Le dio paz, lo equilibró… No lo convirtió en otra persona… felizmente… pero lo transformó en alguien que podía enojarse menos… que podía escuchar más…

Con Laura Escalada

A Dedé sus músicos la querían mucho. A Amelita la consideraban muy gaucha. A Laura la miraban de lejos.

Pero a él no le importaba. Él estaba feliz. Laura lo había ayudado a organizarse. Le hacía bien. Y le hacía bien a su música.

Con Laura, vivieron mucho tiempo en París… Podría decirse que fue su otro lugar en el mundo… pero el verdadero, aunque nunca terminaba de aceptarlo, seguía siendo Buenos Aires.

¿Por qué a su ciudad le costaba tanto entenderlo? ¿Era ella o era él? ¿O era esa cosa tan argentina de suponer que algunas cosas, como el tango, son sagradas y no se pueden tocar?

Lo habían tratado de criminal, lo habían ninguneado… un día hasta un taxista se dio el lujo de no llevarlo porque decía que Astor había arruinado la “música nacional”.

Y sin embargo… no podías dejar de quererla.

Buenos Aires estaba en cada nota, en cada compás de lo que escribías… ¿cómo no se daban cuenta?

La verdad es que a esa altura ya le daba lo mismo que a su música la llamaran tango, música de Buenos Aires o como se les ocurriera… Lo que no podía entender es por qué no podían avanzar. Por qué no podían salir de ese estancamiento… Por qué no podían dejar de mirar hacia atrás. Parecía que estábamos condenados a repetir siempre lo mismo. Pero Astor no estaba dispuesto a aceptarlo.

Libertango, Ultratango

Finalmente su música estaba entrando al mundo por la puerta grande… Se había acercado un poco al rock… lo que, para variar, había despertado la ira de unos cuantos… pero no había perdido su identidad.

Con el Octeto Electrónico en el Olympia de París

Seguía componiendo, seguía actuando y seguía viajando como un poseído… Tenía entre manos el proyecto más ambicioso de su vida: una ópera sobre Carlos Gardel. Y aunque estaba cansado, estaba entero… O eso le parecía… Pero de repente… de repente todo volvió a oscurecerse.

Esta oscuridad no era como la de aquel infarto. Esta era una penumbra que le dejaba percibir sombras, siluetas… sonidos lejanos. Sin dejarse atravesar.

Dicen que en el momento de la muerte, toda tu vida pasa delante de tus ojos en cuestión de segundos… A él no le pasaba eso.

Astor estuvo casi 2 años en coma.

Lo habían querido matar tantas veces que no les iba a dar el gusto de morirse de un día para el otro.

Pero no era una venganza. Era una película larga y triste en la que todo pasaba lentamente…

Tus viejos, tus mujeres, tus hijos, tus amigos… querías decirles montones de cosas que nunca les había dicho… pero ya no podías. Habías sido buen hijo, buen marido, buen padre y buen amigo… aunque te hubiera gustado ser mejor… Tu música era lo único que te había salido tal como vos querías… Y qué lejos estaba.

Todavía te quedaba tanto por crear y vos ahí. Atrapado, inmóvil. Te espantaba la quietud, te aterrorizaba el silencio…  Te habías pasado la vida estudiando, componiendo y peleando para que tu música llegara a todas partes… Y en ese momento sólo podías pensar: ¿qué va a pasar con ella? ¿quién la va a cuidar? ¿se va a morir conmigo?… ¿Hasta cuándo se va a escuchar?

Escuchá…

Adiós Nonino, Astor Piazzolla, Conjunto 9 y Orquesta Filarmónica del Teatro Colón

Cuando termina el tema, Darín (o la cara que le hayas puesto) mira el bandoneón, se besa el dedo índice y, emocionado, lo apoya sobre el instrumento. Se apagan las luces.

FIN