Piazzolla: una bioparole (4)
Después de dar unas cuantas vueltas, Astor se había reconciliado con el tango, pero no con los tangueros… con quien todavía le quedaban varios rounds.

A muchos kilómetros de Buenos Aires y en una lengua que no era la tuya, Madame Boulanger te había señalado un camino: tenías que volver al tango.
Pero, a qué tango? Ni loco quería volver a lo tradicional. Por más que lo putearan y lo maldijeran, no quería hacer nada de lo que ya se había hecho. Las orquestas tradicionales le parecían tristes, lúgubres, desapasionadas… Astor buscaba otra cosa.
Veía con qué alegría y libertad tocaban los músicos de jazz… y pensaba… ¿Por qué esa alegría y libertad no puede tenerla el tango? ¿Por qué repetimos siempre lo mismo en vez de evolucionar? Evolucionar… Revolucionar… Eso era lo que tenía que hacer. Eso era lo que tenía que hacer si quería volver al tango. Y volvió.
Era 1955… Y Astor armó el octeto. Mejor dicho: armó 8 tanques de guerra dispuestos a todo. Los tangueros se tapaban los oídos, pero a ellos no les importaba nada. Estaban haciendo una revolución y la iban a ganar. O eso creían…

Invitaron al maestro Pugliese a que los fuera a escuchar y dictaminara si lo que hacían era o no tango. “Era”.
Un gran concierto en la Facultad de Derecho puso a una enorme cantidad de estudiantes de su lado.
Los intelectuales y algunos críticos también los apoyaron… Pero las radios les cerraban las puertas, las grabadoras no los llamaban… el miedo a cambiar y la mediocridad volvían a ganar la batalla.
Se hartó. Se hartó de pelear. Se hartó del país… Se hartó de ser vapuleado… sólo por intentar hacer algo nuevo. Es cierto que las peleas le daban energía… pero esta vez estaba cansado de pelear. Y dijo basta, me voy. Y se fue.
Volvió a su antiguo barrio… en su casi natal Nueva York.

Dicen que los recuerdos mejoran las cosas. Y debe ser así. Porque en la memoria de Astor Nueva York era un lugar fabuloso… pero Nueva York había vuelto a cambiar. O él había cambiado.
Recorría las calles que tanto había pateado y le costaba encontrarse. Tampoco encontraba a sus “buenos muchachos”… Es cierto que varios habían terminado en Alcatraz y en Sing Sing, pero no todos…
A sus 3 D les había pintado una ciudad de película… Y ellos estaban felices con el cuento. Aunque era difícil hacerlo realidad.
Adoptaron un perro… Terry… que desde entonces se convirtió en un perro bilingüe… Y realmente parecían una familia feliz. Disfrutaban mucho del parque… de los museos… de la nieve en invierno, que para los chicos era toda una novedad… pero el trabajo no arrancaba… No arrancaba.
Tanto no arrancaba… y tanto empezaban a correr la coneja… que un día decidió aceptar un trabajo de traductor en un Banco. No le gustaba… pero era un trabajo. Se puso un traje, una corbata y allá fue.
Estuvo toda la mañana parado frente al Banco sin poder entrar. Cuando volvió a su casa y les dijo lo que había hecho, festejaron como si se hubieran ganado la lotería.
Y en ese momento tuviste una idea. Posiblemente la idea más estúpida que tuviste en tu vida: conquistar a los americanos con algo nuevo, totalmente diferente… el Jazz Tango: el JT. Con la jota en inglés y la te en castellano. O sea, Yei… te.
Era una fusión de las 2 músicas que daba como resultado… una mierda. Una mierda con la que iba zafando, pero que lo estaba matando.
Su nueva meta era París… creía que allí sí podrían valorar lo que estaba gestando. Pero todavía estaba muy lejos. Lo inmediato era una temporada en Puerto Rico… que hubiera seguido en Cuba de no ser que justo en ese momento a Fidel Castro se le ocurrió hacer su revolución.
El sol y el mar del Caribe habían recargado un poco su energía… pero de pronto todo se nubló… Y en Puerto Rico recibió una de las noticias más tristes de su vida: Vicente… Nonino, como lo llamaban todos… había muerto.
Eso te dolió… Te dolió de verdad. Te dolió tanto… que en cuanto volviste a Nueva York te encerraste en un cuarto, lloraste mucho… y te pusiste a escribir.
Adiós Nonino, Horacio Lavandera (2016)
La muerte de Nonino volvió a acercarlo a Buenos Aires… Necesitaba estar cerca de sus cosas… Y necesitaba tocar en su ciudad. Lo raro era que cuanto más se acercaba a Buenos Aires, inexplicablemente más se alejaba de Dedé… O tal vez no era tan inexplicable. Dedé se había convertido en una especie de madre… Vos eras el genio de la casa… y todo debía funcionar a tu alrededor. Los chicos no podían hacer ruido… ni podían llevar amigos… Dedé te protegía tanto que ya no era tu mujer… ni tu amante… y…
Y además otra mujer había entrado en su vida.
Se llamaba… “no viene al caso”. Y entró como una tromba. Era exuberante, exótica, intensa… También era artista y podría haber sido tu musa… pero no se animó. Ella estaba casada… pero no era feliz. Una parte de ella no era feliz… o eso decías vos. Te pareció lo más normal del mundo hablar con el marido y pedirle su mano… Y te sacó cagando. Civilizadamente, te sacó cagando.
Así que salió a buscar otra musa. Un tiempo antes había conocido a Horacio Ferrer, un loco como él con el que tenía sueños locos… y entre los dos estaban imaginando una operita para la cual la voz y la presencia de “no viene al caso” eran perfectas. Pero “no viene al caso” ya no estaba disponible…
Y allí apareció Amelita. Las malas lenguas dicen que lo enamoraron sus piernas… pero no es cierto. Lo que lo enamoró fue su manera de decir, tan poco tanguera, tan distinta, tan necesaria para seguir enfureciendo a sus detractores…
Y con Amelita llegó María… María de Buenos Aires.
Milonguita de la Anunciación, Amelita Baltar (1968)
Con Amelita y Horacio se convirtieron en una pareja de 3. Hacían todo juntos… bueno, casi todo. Horacio ponía las letras, Astor ponía la música… Amelita ponía el cuerpo y los interpretaba como nadie.
Estaban haciendo algo que les gustaba mucho… aunque, para variar, no tenían un mango.
Locos, locos, locos…
Se había organizado un Festival de la Canción que daba un premio bastante gordo y tenían mucha fe en que lo podían ganar. Lo que no tenían era una tema.
Hasta que un día aparece Horacio y dice: “se me ocurrió algo que no sé muy bien qué es… Algo que a los tangueros los va a sacar de quicio, a nuestros seguidores los va a desconcertar… y a los demás… bueno, a los demás no sé qué les puede pasar. Creo que puede ser una genialidad… aunque también puede ser un desastre”.
Los 3 se miraron y sin pestañear dijeron: “hagámoslo”.
Balada para un loco, Amelita Baltar (Festival Iberoamericano de la Danza y la Canción, 1969)
CONTINUARÁ…
No puedo espera por la quinta parte. Me atrapó la historia y la manera de escribirla. Por favor, no demore la próxima entrega. Y, muchas gracias.
Hola Elisa, qué fascinante que la historia te haya atrapado, el lunes subiremos la última. ¿Leiste todas?.¿Te pareció buena idea relatar una historia en series? Gracias, Elisa y saludos de los amantes!