Piazzolla: una bioparole (3)
Darín (o la cara que le hayas puesto) sigue con su relato. Casi todo el tiempo le habla al público aunque, por momentos, se dirige al bandoneón como si fuera Piazzolla. Dice…

Astor seguía admirando a los clásicos, tanto de la música “seria” como del jazz, pero el tango lo estaba rodeando…
Empezó a prestarle atención a los “evolucionistas”… Julio de Caro, Pedro Laurenz, Pedro Maffia, Ciriaco Ortiz… pero Mar del Plata no era el lugar para que germinara esa semilla. Y se fue para Buenos Aires.
Su primer “hogar” fue una pensión llamada Alegría. Nunca entendió por qué le habían puesto ese nombre… Era el lugar más triste que había visto en su vida… Tampoco entendió por qué a los músicos de tango les gustaba tanto vivir mal… Pero, bueno, es lo que había.
No tenía amigos en Buenos Aires, aunque de a poco fue conociendo gente que le presentó a otra gente y así fue consiguiendo trabajo en algunas orquestas. Ninguna le gustaba demasiado hasta que un día… en el café Germinal de la calle Corrientes, lo vio, lo escuchó. Y no pudo dejar de mirarlo ni de escucharlo.
Era Aníbal Troilo. Aníbal Troilo, Pichuco. Y de nuevo dijo: “yo quiero eso… yo quiero tocar en esa orquesta…” Pero esta vez no estaban sus viejos para ayudarlo. Tenía que rebuscárselas solito. Así que se sentó, anotó, estudió cada nota que tocaba ese gordo increíble… y esperó. Algún día iba a ocurrir…
Y ocurrió. En diciembre de 1939 uno de sus bandoneonistas se enfermó. Y él estaba allí. Pichuco lo escuchó, lo miró y le dijo: “vas a necesitar un traje azul”…
No recuerdo si en aquella época se hablaba de las “grandes ligas”… pero Astor sintió que había entrado ahí.
Había empezado su vida de tanguero. Había empezado una vida de copas, noche, humo y minas… que no le gustaba nada. Ojo, las minas le gustaban. Pero no las que les gustaban a los tangueros. Él quería una novia, no una mina. Una chica para casarse. Y en ese mundo, de esas no había.
Y un día apareció Dedé. Una amiga de las hermanas de un amigo… una bella estudiante de bellas artes. Linda, educada, piola… Él la vio y dijo: “es ella”. Ella lo vio y dijo: “es bastante feo y tiene la cara redondita”. Pero te dio una oportunidad. Fueron al cine Real de la calle Esmeralda. Vos le tomaste la mano pensando… “si la gente nos ve de la mano, va a creer que somos novios”… Y fueron novios. Y después se casaron. Y vivieron una vida… de las muchas vidas que viviste… muy feliz.
Con Dedé tuvieron dos hijos: Diana y Daniel. A los dos los quiso mucho, aunque no siempre lo supieron… O no siempre se los hiciste saber…

En la época en que conoció a Dedé, el famoso Arturo Rubinstein estaba visitando Buenos Aires. El tango le había empezado a gustar… pero la música clásica seguía dándole vueltas por la cabeza.
“Tengo que conocerlo”, dijo. Averiguó dónde paraba, tocó el timbre y el mismísimo Rubinstein abrió la puerta. Debía estar comiendo porque tenía una servilleta colgada del cuello.
Le entregó una partitura, la miró detenidamente y al cabo de un rato le dijo: “¿Quiere estudiar en serio?”. Era lo que más quería escuchar en la vida. Y se lo estaba diciendo Arturo Rubinstein. “Por supuesto, maestro”, fue todo lo que pudo responder. Agarró el teléfono y llamó a Juan José Castro, una eminencia de la música argentina.
En ese momento Castro no podía tomarlo como alumno pero le recomendó a Alberto Ginastera… otro músico notable, que sólo tenía 5 años más que Astor, pero que le inspiraba mucho respeto.
Ginastera y también Dedé le abrieron las puertas de otro mundo: el del Teatro Colón, el de escritores como Baudelaire o Thomas Mann. El de la pintura impresionista, surrealista y abstracta.
Todo eso, mientras seguía tocando con Troilo. El gordo le había tomado confianza y le dejaba arreglar su música. Ojo, en términos musicales, arreglar no es reparar. Su música era excelente, no necesitaba reparaciones. Lo que hacía Astor era orquestarla, instrumentarla… agregarle notas para que sonara aún mejor de lo que era.
Astor escribía y escribía… y Pichuco borraba y borraba. Le daba un poco de espacio, pero le costaba evolucionar. “Gato… me vas a convertir la orquesta en una sinfónica”, se quejaba… Y la verdad es que, dentro de su orquesta, Astor era un poco molesto.
Igual, fue una buena época. Aprendió mucho con Troilo. Y cuando sintió que ya había aprendido lo que tenía que aprender, se fue.
Al gordo le dolió, le dolió mucho, pero era lo que tenía que hacer. O lo que pensabas que tenías que hacer…
Suite Troileana, Bandoneón, Astor Piazzolla (1976)
Te fuiste a cantar con Fiorentino… Fiorentino con la orquesta de Astor Piazzolla… “la revelación del siglo”.
Empezó a hacer más arreglos y a meter más notas… y Fiorentino lo dejaba. Una vez, en el Marabú, metió tantas notas en una introducción que las bailarinas se pusieron a bailar en puntas de pie… “¿Qué te pasa? ¿Te creés que estás en el Colón?”, le gritaron.
Y la verdad es que su cabeza estaba en los dos lados: en el cabaret y en el Colón.
El bicho del tango lo había picado. Pero la música “grande” lo seguía conmoviendo.
A Fiorentino le seguían gustando sus arreglos, pero le molestaba un poco que su nombre empezara a crecer…
“Tenés que tener tu orquesta”, te decía Dedé. “Tenés que tocar tu música”…
Y en 1946 se decidió. Fundó la Orquesta Típica de Astor Piazzolla, la orquesta de 1946.
De Caro y Pugliese los iban a escuchar. Troilo y Canaro los escuchaban de lejos.
Era una época feliz. Vivías haciendo bromas, algunas bastante sangrientas… y tocando la música que te gustaba.
Cada tanto, entre algunos acordes, se les colaban Stravinsky, Bartók o Prokofiev… pero a sus seguidores eso les encantaba.
El problema es que todo lo que les gustaba a sus admiradores, que eran muchos… era lo que más odiaban sus detractores, que eran muchos más.
“Con esto no se puede bailar”, “este tipo está loco”, “quiere matar al tango”…
La verdad es que Astor no quería matar a nadie. Pero las agresiones, la vida de noche y los salones de baile lo empezaron a cansar.
Y dijo chau, guardó el bandoneón y se fue a hacer música clásica. Se fugó.
Primavera porteña, Ara Malikian (2016)
Compuso muchas rarezas sinfónicas… y otras, no tanto. O al menos los entendidos no las veían así. Tanto que a una de ellas… la Sinfonía Buenos Aires… el gobierno francés le dio un premio que consistía en una beca para estudiar en París!
La primera vez que la ejecutaron se armó un despelote infernal. Hubo gritos, hubo trompadas, fue un escándalo. Astor se asustó un poco… hasta ese momento lo habían agredido de palabra, pero esto iba más allá… Sin embargo el director de la orquesta, a quien estaba dedicado el premio, le dijo: “no se aflija, Piazzolla… a Stravinsky y a Ravel les pasó lo mismo… esto es bueno, esto es publicidad!!!”.
Y tenía razón. No se sabe cuántos conocieron la Sinfonía… pero sí que muchos se enteraron del lío.
Por primera vez, tus 3 D –Dedé, Diana y Daniel- se iban a separar… Dedé se iría con vos. Y los chicos irían a lo de los abuelos… Unidos como eran, el plan no los hacía muy felices… pero era algo que no podían dejar de hacer. Te habían premiado en París!
El viaje, en barco, duró 45 días… pero la felicidad de estar en Europa compensaba cualquier esfuerzo. Hasta las ratas que correteaban por el hotel les parecían simpáticas. Es más: los franceses les parecían simpáticos.
Y lo que te esperaba no podía ser mejor: estudiar con Nadia Boulanger.
Madame Boulanger era discípula de Fauré y de Ravel…y había sido mentora de los músicos más notables de su tiempo…
Por entonces tenía unos 70 años y había pasado un poco de moda entre los más jóvenes… pero para él era una diosa.

Lo recibía todos los días con un té que ella misma preparaba y le daba clases durante varias horas, con mucho rigor pero con mucho cariño. Era como estudiar con tu vieja.
Ella miraba el trabajo, lo valoraba, pero Astor se daba cuenta que algo no la convencía… hasta que un día se lo dijo: “su música está muy bien escrita, técnicamente es perfecta… pero le falta sentimiento”. Lo mató.
Él creía que ya era un compositor sinfónico al que sólo le faltaba ser descubierto… y de pronto se daba cuenta que era un compositor sinfónico… que no emocionaba a nadie.
Viendo su desconsuelo, Nadia le preguntó qué tipo de música tocaba en Argentina… Él empezó a dar vueltas, no se animaba a confesar su prontuario, y al final lo largó: “Tangos. Toco tangos. Toco tangos en el bandoneón”.
Nadia lo miró seria, de pronto sonrió y dijo: “Tangos. Me encantan los tangos. Y me encanta el bandoneón”.
Fue al hotel, buscó el bandoneón, volvió y tocó.
Al llegar al octavo compás, Nadia lo detuvo, le tomó las manos y le dijo: “Nunca abandone esto, ésta es su música, Astor… éste es Piazzolla”.
Epígrafe: Marrón y azul, Octetology (2020)
CONTINUARÁ…
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