Ojos que no ven….

Por Luz Martí

Un cuento extraído de mi libro Chichita. La vida depende del cristal con que se mire…

El Jardín Botánico como se ve en la realidad, el cuento es ficción.

– Me ayuda a cruzar -me dijo-. Soy ciego. Quiero ir al Botánico.
Caminamos unos metros y atravesamos Santa Fe justo frente a la entrada.
– Si quiere lo acompaño, tengo que hacer tiempo– se me ocurrió ofrecerle.

Dijo que sí, que bueno, que él vivía cerca y que todas las tardes iba a sentarse un rato en un banco a escuchar los pájaros y a oler el apenas perceptible olor de las plantas nuevas y el de la tierra húmeda de las partes sombrías… Además del olor a pis de los  gatos, claro -agregó- pero a eso ni le hago caso.

El Botánico era un barrial abandonado, irreconocible. Un revoltijo de escombros  y de ramas caídas. Recordé la tormenta de la noche anterior, los movimientos de tierra de los camiones y las noticias de las obras detenidas hacía mucho.

Vi las fuentes sin agua o con un líquido verde y espeso en el que flotaban ranas muertas, vi una parte de la vegetación seca,  la otra creciendo descontrolada, enroscándose en los troncos, cubriendo las ventanas del edificio de ladrillo, entrando por los vidrios rotos y  trepando encima de algunos bancos.

Ya no quedaban canteros ni flores. Varias estatuas volcadas a metros de sus pedestales. Las puertas abiertas del invernadero dejaban ver  un piso lleno de barro, de hojas podridas y de lo que parecían restos de nidos de pájaros, caídos en el suelo.

Busqué un banco y nos sentamos. Él inspiró profundamente y se quedó callado paladeando, reconociendo. Apenas sonrió.

– ¿Me contaría qué ve?, me preguntó. Hay un poco de barro, es por la lluvia de anoche. Fue un diluvio…no se dónde vive usted, pero por acá daba miedo el viento.

– Si, está todo un poco revuelto, se nota que llovió mucho… porque las flores de jacarandá cubren los caminos de granza… queda muy bonita esa alfombra violeta fosforescente contra el rojo…

– ¿Y la fuente? De chico yo venía mucho con mis amigos y poníamos barquitos de madera balsa.

– La fuente está hermosa, llena de nenúfares… Se ve que pronto van a florecer algunos. ¿Se llaman nenúfares, no?  Y hay peces pero no se ven muy bien porque se esconden bajo las hojas, esas redondas, carnosas con un borde alto. ¿De las estatuas se acuerda?

– Sí, hay muchas, me acuerdo de algunas, de la que está en medio de la fuente, de la de la loba y de un Hermes  en medio de un cantero de corales…

– La loba tiene un color verde oscuro, está a la sombra y la cruzan apenas unos rayos de sol que le hacen brillar partes del bronce más pulido… viera qué lindos le quedan esos reflejos…(la loba está estropeada, le falta o Rómulo o Remo…qué más da cuál de los dos. En el hueco donde estaba el cuerpito se juntó un poco de agua sobre la que flotan un par de hojas diminutas y un cascarudo).

– Hermes está rodeado de flores amarillas y violetas…no sé cómo se llaman, soy muy mala para la jardinería…las violetas tienen unos pétalos como aterciopelados. Le traería una pero hay un cuidador y  no tengo ganas de que me reten. (Hermes está solo, en el suelo, cubierto de barro. Lo reconocí  porque uno de sus pies alados asoma entre la hiedra verde y blanca).

– Antes eran corales rojos los que lo rodeaban… posiblemente los hayan cambiado para esta temporada…¿Y el invernadero? Es lo más elegante que tiene el Botánico, tan Thays…

– Está cerrado. Quizá lo abran más tarde… si quiere le averiguo. Adentro hay un poco de vapor, por lo que se ve, allí deben crecer las plantas más delicadas, las tropicales.

El hombre respira rítmicamente. No habla.

– Disculpe, pero yo me tendría que ir yendo– le digo en voz baja tratando de no interrumpir su meditación.  ¿Quiere que lo acompañe a salir?

– No gracias. Me quedo un rato más. Voy a leer un poco– agregó sacando unos anteojos del bolsillo y un libro pequeño de tapas rojas-. Le agradezco mucho su descripción, fue muy edificante. No todos saben mirar como usted, eso es un don, sabe, no todos tienen su gracia. Se lo digo porque  cada vez que vengo trato de que alguien me cuente lo que ve. Reconozco que a veces los presiono un poco. A algunos les cuesta, otros no saben ni qué decir. Siempre son cosas diferentes. Imagínese que para mí con  cerrar los ojos es como visitar un jardín botánico  distinto cada día. En el fondo creo que, más que a estar entre las plantas, vengo a tomarle examen a los relatores. Fui profesor y esto  me entretiene porque, como lo hacía con mis alumnos sin que se dieran cuenta, sólo les propongo un ejercicio de imaginación.

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