Mis soldaditos de colección

Por Cristián Fernandez

Pasaron ya sesenta años… y sigo teniendo la misma pasión: coleccionar soldaditos, libros, láminas y todo tipo de objetos relacionados con las guerras del 1er Imperio Napoleónico. Esta obsesión empezó desde muy chico y la comparto con gente de todo el mundo y especialmente aquí en Buenos Aires con varios de mis consocios del Club del Soldado de Plomo.

Desde los 6 años, a fines de la década del 40, los soldaditos ocuparon casi todos los espacios de juego de mi infancia. Luego transformados en objetos de colección avanzaron a paso firme y sin arredrarse conquistaron todos los recovecos de mi casa. Los libros y láminas sobre las guerras napoleónicas y los uniformes de los ejércitos contendientes, también tuvieron su puntapié inicial a fines de la década del 40 cuando un amigo de mi padre me regaló uno de los libros paradigmáticos de memorias de dichas guerras. El autor es el Barón de Marbot y esta edición, profusamente ilustrada, despertó mi curiosidad por todo lo relacionado con esa época y en especial por la figura de Napoleón. El resultado es que casi todas las paredes de mi casa son bibliotecas repletas desde el piso hasta el techo .

Podría ahora contarles cómo evolucionó la  fabricación de  soldaditos desde sus comienzos hace dos siglos… o la de los coleccionistas que recién aparecieron en los años 20 del siglo pasado; y todo condimentado con mis vivencias y anécdotas relacionadas con esta pasión. Por razones de espacio dejo esas historias para otra ocasión. Me centraré entonces en reflexionar sobre qué es un coleccionista de soldaditos, cómo es su personalidad y qué lo motiva a coleccionar.

En el Club del Soldado de Plomo del cual formo parte y que pronto cumplirá medio siglo de existencia, decimos que un coleccionista es aquella persona que, a través del tiempo, en forma consecuente y por un período razonable, se dedica con amor y entusiasmo a guardar soldados de juguete y/o miniaturas militares. Esto dice claramente qué somos y qué hacemos, pero no nos dice porqué lo hacemos.

Viruta, fabricados por Enrique Wernicke, en la década ’50.

Partiendo de la base de que no existe el coleccionista masoquista ya que hasta ahora no he encontrado ningún ejemplar de esa especie, creo que coleccionamos fundamentalmente para satisfacernos, o dicho de una manera más llana, “perché me piace”. Esto es lo mismo que opina Goethe al decirnos que todo coleccionista es un hombre feliz, pero sin explicarnos o especificar a través de qué cosas se logra esa felicidad. Veamos cuáles son los posibles caminos para encontrarla.

Coleccionar permite detener el tiempo. Cada cosa que forma parte de una colección está unida a una determinada circunstancia de nuestra vida. Nos despierta vivencias lejanas con gran fuerza y nos permite vivir el pasado en el presente.

Además, las cosas inanimadas que atesoramos nos dan seguridad afectiva. Siempre están cuando las necesitamos, nunca nos piden nada. Siempre las podemos “animar” con nuestros sentidos al mirarlas y tocarlas; en una palabra sentirlas. Es el mismo mecanismo proustiano de desatar las vivencias pasadas a través de un objeto que hace de catalizador. Este disparador de nostalgia no nos remite únicamente a la  niñez sino a otras épocas no  vividas, pero que igualmente amamos.

Los caminos de la atemporalidad, de lo nostálgico y de la seguridad afectiva para llegar a ese estado de felicidad alimentan las facetas románticas de la personalidad del coleccionista. Éstas se manifiestan en general en actitudes antigregarias, ya que no se necesita a nadie para disfrutarlas. El coleccionista y sus soldaditos son la única realidad necesaria.

Mis conjuntos preferidos: Napoleón Bonaparte en Egipto 1798/99

Pero el coleccionista debe relacionarse, debe ser social para poder conseguir objetos, los necesita porque son los vehículos necesarios para transitar los distintos caminos hacia su felicidad. Debe poseerlos y esta posesión es en sí otro de los caminos recorridos para ser feliz. En muchos casos se constituye en la única razón del coleccionar.

Cuantos más poseo, más feliz soy. A veces la felicidad se alcanza exclusivamente en el instante en que comienza la posesión. Este es el caso del coleccionista Don Juan, Para él el objeto pierde todo su encanto y atracción una vez poseído y necesita entonces imperiosamente reiniciar el ciclo.

He conocido en Buenos Aires exponentes de esta clase de coleccionistas. Su colección está en permanente cambio. Creo que estas personas encuentran también su felicidad en el trabajo preparatorio a la posesión, es decir, en el planeamiento de la búsqueda de los soldaditos que les interesa poseer y en la recopilación de toda la información posible al respecto.

Coleccionamos soldaditos porque queremos lograr un estado de felicidad y eso lo alcanzamos, como dijimos, recorriendo diversos caminos psicológico—afectivos… el de la atemporalidad, el de la nostalgia, el de la seguridad afectiva y el de la posesión.

Las piezas de una colección tienen un valor artesanal y un valor de colección.

El valor artesanal se puede ver individualmente en cada pieza u objeto de la colección y podemos analizarlo al subdividirlo en Belleza, Calidad de Diseño, Creatividad, Realización, Pintura, Grado de Dificultad de Realización y Efecto General. Por su parte el valor de colección se aprecia en el conjunto de las piezas o en subconjuntos y puede ser percibido desde distintas facetas como la Exactitud Histórica, Rareza, Antigüedad, Cantidad, Homogeneidad, Integridad, Estado de Conservación, Original o Copia y Valor Venal.

La valorización relativa que cada coleccionista le da tanto a los parametros psicológicos o a los racionales es totalmente subjetiva. Por lo tanto llego a la conclusión de que como transcribíamos al principio el “perché me piace” es la mejor manera de sintetizar las infinitas combinaciones posibles de los por qué emotivos y los por qué racionales.

Cierro estos comentarios recordando el lema del Club del Soldado de Plomo que fue tomado de un pensamiento de Oliver Wendell Holmes y que refleja el espíritu de todo coleccionista: “Los hombres no dejan de jugar porque envejecen; sino que envejecen porque dejan de jugar”.

Cristián Fernández es desde 1978 socio del Club del Soldado de Plomo fundado en 1973 en Buenos Aires.