El mío fue el campo
Como barrio era raro. No tenía vecinos cercanos, ni negocios, pero era el mío.

Desde los dos años viví al pie de las sierras y cuando me tocó empezar el colegio entré a la escuela rural N° 10, Ernesto Tornquist. Un aula para todos los grados, una maestra para todos los alumnos y unos recreos en los que, mientras las chicas saltábamos a la soga o jugábamos al elástico en el patio de tierra, los varones corrían carreras cuadreras en los petisos que los llevaban cada día a clase y que esperaban pacientes, atados a un palenque bajito, a que sus dueños aprendieran a leer y a escribir.
Todo lo que después al venirme a Buenos Aires consideré como diversión tuvo aristas bien distintas en mi primera infancia. El peligro también. Todo era salvaje y un poco Familia Adams, y nosotras, en alguna medida también.

En casa intentaban domesticarnos con música clásica y algunas canciones italianas o francesas salidas de un tocadiscos a pila tapizado con cuerina áspera blanca y roja. Recuerdo a Edith Piaf angustiándome con su voz doliente en Les blouses blanches que hablaba de unas mujeres encerradas en un loquero, de Domenico Modugno, alegre y adriático, y de que cuando sonaba La Tempestad tenía que escaparme de la casa aterrada con los movimientos abrumadores de una sonata creada por un genio sordo y perverso, aunque soplara un viento que amenazara con llevarnos por el aire.
En mi barrio teníamos que afinar la creatividad y arreglárnoslas solas porque no existían negocios adonde ir a comprar nada. Así empezamos a cocinar y a inventar recetas con lo que había en una despensa atiborrada solo de fideos, harina, arroz y fósforos.

Como todos los chicos que están solos en la naturaleza, en verano nos atracábamos de fruta a la hora de la siesta. Verdes o maduras, calientes o frías, devorábamos damascos y cerezas trepados en los árboles. (Probablemente yo haya comido las del suelo, un poco picadas por los pájaros, porque nunca fui muy proclive ni a la escalada ni a la altura).
Nunca íbamos al médico ni al dentista pero una señora del pueblo, una curandera reconocida por sus poderes, me enseñó a medir el empacho dándole vueltas a la cintura del enfermo con una cinta mientras se recitaban en voz baja unas frases mágicas que nunca entendí pero que aprendí a repetir enseguida. Me gustaba la idea de poder curar y volví a casa exultante el día que sané a uno de mis compañeros de escuela que había vomitado las tortas fritas en el recreo.

Sé que en un barrio se conocen casi todos. Para nosotras esos “casi” no eran más de diez o doce personas y sólo nos veíamos en la escuela, en el pueblo haciendo las compras o en la YPF donde papá le cargaba nafta a una serie de autos viejos y totalmente inapropiados para nuestra vida, de los que él se enamoraba y con los que se lanzaba a los caminos rurales. Un Lincoln Continental, una coupé Chevy con techo vinílico y otras joyas en los que terminábamos deslizándonos inevitablemente hacia las cunetas y las zanjas, encajándonos en el barro, quedando como el barco de Fitzcarraldo hasta que nos remolcase algún alma caritativa con un tractor.

Cuando teníamos muchísima suerte venían de Buenos Aires amigos o conocidos de mis padres a acampar y a subir las sierras. Nosotras nos deleitábamos mirando toda esa artillería del campamento y escuchábamos sus aventuras y descubrimientos del día, esperando el momento en que sacaran de sus mochilas linternas y chocolates que nos convidarían con tal de que los guiásemos a una cueva secreta que sólo nosotras conocíamos y donde cabía la posibilidad de que nos encontráramos cara a cara con un puma.
Ellos volvían a la ciudad pletóricos de intemperie y aventura, y nosotras retomábamos la vida tranquila de nuestro barrio inmenso: dos puntos diminutos saludando desde la tranquera envueltos entre el verde y el azul.
Luz Martí es escritora y fotógrafa. Sus dos manías, que la mantienen siempre activa, son mirar y contar. Una verdadera storyteller.
A mi Gran amiga y escritora …Salud!!! Larga vida auguro a tus textos plenos de una exactitud descriptiva que nos reviven desde el espíritu…que cada día más lectores tengan acceso a ellos!!! (Y me apasionan las pinturas rupestres)
Ana Elisa concuerdo con vos. Ya tendrás nuevas oportunidades para disfrutar de buenos textos en este sitio. Te preguntamos…¿Qué te apasiona?
Mu barrio era mucho menos extenso que este hermoso lugar en las sierras, fue Palermo y tambien lo disfrute. Pero quisiera decir que si comparti a Domenico Moduño, que junto a Rita Pavone fueron mis primeros discos!!!
Vamos Maria, sumando más datos. ¿Te animas a escribir sobre Palermo?
El relato y la captura de imágenes sobre la cotidianidad son realmente soberbios en tus trabajos. Felicitaciones Luz…
Hola Agnes, gracias por escribirnos
Ay, ese barrio que describe la autora daba para mucho vuelo e imaginacion. El barro, gran compañero de juegos y algunos lamentos. Casi que se escucha al Gorrion de Paris retumbar entre las sierras cuando el viento norte trae consigo hartazgo y a las bichas. Divinas descripciones de mundos propios e imaginarios.
Sonia, qué linda tus descripciones….¿no te animas a escribir también? Saludos de los amantes!