El color de la amistad
La Boca y sus colores: una historia de amistad increíble y de pura ficción.

A la hora de la siesta el sol se detenía a acariciar las chapas y las paredes de maderas descascaradas de aquel humilde suburbio junto al río quieto y los barcos aburridos.En una de esas cortadas, que alguien había bautizado Caminito, un grupo de pibes está a punto de comenzar el picado de todos los viernes. Uno de ellos advierte:
– A nosotros nos falta uno. Al Ruso la vieja no lo deja venir porque la maestra dice que va a repetir el grado.
El Tanito, el más bajito de todos, mira hacia el costado donde está sentado ese pibe que no conocen y grita:
– Che, rubio, entrá que nos falta uno.
– Es que… yo no sé jugar.
– No importa, vas al arco. Dale, vení, no te hagás rogar, vos jugás para nosotros.
El chico obedece, se acomoda entre los dos cajones con pretensión de arco y comienza el rito sagrado de todas las semanas. Gambetas, lujos, patadas, insultos, risas, amenazas, paredes, toques y algunos curiosos mirando el encuentro.
El Tanito, el hijo del carbonero, una vez más demuestra que es el más habilidoso. Todas las pelotas pasan por sus piernitas flacas, reparte el juego, salta y cabecea más alto que los más altos, grita más que los que más gritan y corre más que los que quieren alcanzarlo. Ordena, la lleva atada y hace de cada jugada un acto de habilidad impredecible. Más y más curiosos se acercan para ver el encuentro. El juego es parejo y el tiempo sucede entre gambetas y los goles que ponen el partido cuatro a cuatro. El sol va tiñendo el cielo de violeta. Ya casi no se ve cuando alguien grita: Gol gana!
Entonces comienza el acto final de un drama electrizante.
Osobuco, el hijo del carnicero, tras un rebote recibe solo una pelota, que queda picando frente al arco y cerrando los ojos le pega de lleno con todas sus fuerzas y… la escena parece cambiar a cámara lenta para mostrar cómo el balón atraviesa el espacio buscando el gol de la victoria. Pero en ese mismo instante también vuelan dos manitos transformadas en garras que la detienen milagrosamente y el cuerpo del improvisado arquerito cae al empedrado sin soltarla.
El rugido de los entusiasmados espectadores se hace escuchar, pero más alto aún se escucha el grito del Tanito que pide:
– Ponelaaaaa, ponelaaa que estoy solo. Así lo hace el Rubio colocándola justo al pié del Tanito, que la toca hacia el rincón del arco adversario donde el arquero no llega y así decreta el glorioso cinco a cuatro y el final del encuentro.
Los festejos están a la altura del partido ganado. La felicidad se abraza a la victoria y dura hasta que el Tanito y su nuevo compañero se quedan solos y entonces el goleador dice:
– Vení, vamos a festejar con una pizza, total mis viejos ya están durmiendo porque se acuestan temprano.
Y así, abrazados, se encaminan a la Genovesa, la pizzería del humilde barrio que hace la mejor pizza del mundo.
Antes de entrar pregunta:
– Che Rubio, ¿cómo te llamás de verdad?
– Ángel, me llamo Ángel.
Es medianoche cuando salen del pequeño negocio y caminan despacito por la calle del puerto vacío que separa al río de las casas silenciosas. Al Tanito le gusta hacer de guía.
-Ves ahí, ahí viven los Davidovich, los moishes que escaparon de la guerra. Buena gente y muy laburantes. Más allá los napolitanos, son varias familias que hablan a los gritos y bailan tarantelas. Muy divertidos. Aquel, que dice Carbonería, es el negocio de mi viejo. De pronto, una inmensa pila de tachos abandonados llama la atención de Ángel.
– ¿Y eso? Pregunta.
– Ah…son los tachos de pintura que se usan para pintar el casco de los barcos. El sol y el agua de mar se encargan de despintarlos.
– Ajá, tengo una idea, vení.
Se encamina hacia la pila de tachos pero antes se quita la camisa y el Tanito que viene atrás no puede creer lo que ve. De la espalda de su amigo se despliegan dos enormes alas blancas que se mueven lentamente como si fueran las de un pájaro sublime.
El Tanito solo atina a decir:
– Esto no está pasando… antes de caerse de culo.
Cuando abre los ojos la pesadilla continúa. Su amigo lo ayuda a levantarse y dice:
– Te dije que era Ángel. Vamos, tenemos mucho que hacer.
Lo que no puede hacer el Tanito es cerrar la boca. Pero se repone, a medias, pregunta:
– ¿Y qué vamos a hacer?
– Vamos a aprovechar los restos de estas latas para pintar las casas del barrio.
Luego se arranca las dos grandes plumas, le extiende una a su amigo y agrega:
– Usalo de pincel, vos te encargás de las paredes y yo de los techos.
La noche parece no tener fin, como si alguien o algo hubiese detenido los relojes del universo.
Cuando terminan con la misión de darle color al barrio entero, cada una de esas viviendas lleva un tono distinto.
El nuevo caserío ha despertado diferente aquel amanecer. Nadie lo sabe aún pero ya comparten una misma esperanza. La de sentirse unidos para siempre, cada quien a su vecino. Porque de allí en adelante cada habitante de esa “Boca encantada por el ángel” ostentará el común orgullo de saberse únicos en el mundo .
Al despedirse, ahora nuevamente humano, Ángel abraza a su amigo y pregunta:
– ¿Tanito, y tu nombre, cuál es?
– Martín, Quinquela Martín…
Fotos: Unsplash
Un precioso relato sobre los colores de La Boca y el maestro Quinquela.
Muy lindo y nombra al gran pintor de la boca. Maestro
Preciosa historia que mezcla ficcion y realidad
Hola!!, me encanta tu forma de realizar el contenido, el mundo necesita mas gente como tu