Directo de fábrica
Héctor Olivera, productor y director de películas fundamentales de nuestra cinematografía, escribió un libro llamado Fabricante de sueños, en el que cuenta su largo recorrido por esa fascinante industria. La historia nos gustó tanto que quisimos conocerlo y escuchar en vivo y en directo los pormenores de su amor por el cine…

Sos un amante del cine… ¿por dónde empezó el amor? ¿Porque te interesó el oficio, porque querías contar historias… porque querías conocer mujeres bonitas?
Mi madre, que fue una emprendedora y tuvo trabajos muy raros, diseñaba una sección llamada La moda en el cinematógrafo que se publicaba en el rotograbado de La Nación. A través de eso había conocido al crítico Manuel Peña Rodríguez -que más tarde también sería productor- quien la convocó para trabajar como vestuarista en algunas películas. Por mi lado yo había entrado becado al Liceo Militar… o sea, que andaba por otro andarivel. Sin embargo, un día que no tenía clases, mi madre me invitó a acompañarla a una filmación, lo hice y juntos partimos hacia los Estudios Baires de los cuales, años más tarde, iba a ser uno de sus dueños… algo que por aquel entonces ni imaginaba. El asunto es que en cuanto se abrió la puerta del Estudio B (lo menciono porque mi carrera estuvo muy ligada a ese estudio), me encontré en la ciudad de Viena, en 1800… En esa época el cine argentino tenía una temática muy universal y se estaba filmando una biografía de Schubert. Allí, en Viena, en realidad en Don Torcuato, a mis 15 años, nació el amor. A partir de ese momento decidí que quería trabajar en cine… y empecé como segundo ayudante de dirección en Artistas Argentinos Asociados. Con la Revolución Libertadora surgió la posibilidad de armar productoras nuevas. Y así, asociado al director y posteriormente gran amigo Fernando Ayala, a quien había asistido en algunas de sus películas, decidimos fundar Aries… Y empezó la historia.

Demos un salto hasta los años 60… Puenzo, Jusid y otros directores nos contaron, en diferentes columnas, su fascinación por el cine Lorraine. ¿Vos también fuiste amante de esa sala?
Fui muchas veces, pero no era habitué. Por ahí pasaba la nouvelle vague, el neorrealismo, el free cinema, o sea: había que estar allí… pero no es lo único que yo consumía. Como vivía en Olivos, iba mucho al cine General Paz, de Belgrano… Y los fines de semana a los cines del centro, claro, lo cual era todo un programa.
Alguna vez te definiste como un director de cine clásico… ¿cuáles son tus directores clásicos favoritos?
Uy, es una pregunta difícil… He sido un gran admirador de Fellini y de toda esa generación de directores, pero hoy me cuesta recordarlos a todos. A los 90 años, la memoria tiene esas cosas. Puedo asegurarte que a los 20, en 1951, hice mi primera película como asistente de producción: era Esposa último modelo, con Ángel Magaña y Mirtha Legrand… Ahora, si me preguntás qué película vi ayer en la tele, tal vez te deje con las ganas…
Tu carrera como productor y director es bastante heterogénea… ¿cómo convivían el director de La Patagonia Rebelde o La noche de los lápices con el productor de Olmedo y Porcel?
Es cierto, tuve una carrera heterogénea porque más de una vez, tanto Fernando como yo, hicimos películas que no deberíamos haber hecho por el solo hecho de que al otro le gustaban y queríamos mantener la armonía societaria… Sin embargo, en el caso particular de las comedias de Olmedo y Porcel, era un tema que estaba en manos de nuestro tercer socio, Luis Osvaldo Repetto, y en el que prácticamente no me metía. Por otro lado Luis y Nicolás Carreras lo manejaban muy bien (llegamos a hacer 36 películas de ese género), por lo que mis aportes realmente no eran necesarios.
Supongo que otra convivencia interesante sería la del “gorila” Olivera (como vos mismo te definís) con intelectuales de izquierda que colaboraron en tus películas como David Viñas, Osvaldo Bayer, Osvaldo Soriano o Juan Pablo Feinmann… ¿será que la grieta todavía no estaba instalada?
La grieta estaba instalada desde la segunda guerra, cuando se formaron los bloques proaliados y los bloques proejes. En el 45, cuando apareció el peronismo, los proaliados nos convertimos automáticamente en antiperonistas. De todos modos, en esa época, eso no invalidaba la relación con personas que pensaran diferente a uno. A Viñas, por ejemplo, lo recuerdo como a una persona correctísima y muy coherente con su pensamiento. No solo lo respetaba, también lo quería… lo mismo que a todos los que nombraste.
¿Te gusta el cine que se hace actualmente?
Hay cosas que me gustan, otras que no. Lo que menos me gusta es que se hayan perdido los géneros. Los géneros eran los que definían de qué iba una película, y eso hoy se ve poco. Tampoco me gusta que haya desaparecido el público… Estoy exagerando, sigue habiendo público, pero las plataformas cambiaron mucho la forma de ver cine…

Por lo que me decís, entiendo que sos un defensor de “ver cine en el cine”…
Absolutamente. Las plataformas acercan las películas a mucha gente, pero imagino que debe ser bastante frustrante para un director estrenar su obra y no poder compartir las reacciones del público. Recuerdo que hace muchos años, cuando estábamos por estrenar Argentinísima, una película que según el inefable crítico y censor Miguel Paulino Tato “eran postales con música”, me acerqué al cine Broadway, donde estaban pasando el trailer, y ya desde la puerta se podía “palpitar” lo que se venía… El boletero me sonreía con complicidad, el que cortaba las entradas me felicitaba y hasta un acomodador se acercó y me abrazó… Es que el éxito ya se podía sentir. La película reunía a los mejores artistas del tango y el folklore de aquella época… Y lo increíble es que el público aplaudía cada vez que aparecía uno de esos artistas y cada vez que terminaba su fragmentito en “la cola”. Hoy, esa comunión con el público y con el personal de las salas se perdió.

¿Cómo ves al cine argentino de hoy?
No veo mucho, sé que Campanella, Piñeyro y algunos otros directores hacen cosas muy buenas… lo preocupante es que se produce mucho cine aburrido. Creo que es el peor pecado que un realizador puede cometer, especialmente cuando lo que produce es subsidiado, aunque sea parcialmente, por el Estado… Dicho de otra forma: con nuestro dinero.
Trabajaste con Roger Corman, una leyenda del cine clase B americano, pero también un profesional súper respetado… ¿Cómo lo recordás?
Lo recuerdo como un hombre único en la industria de Hollywood. Un tipo que cuidaba mucho el centavo, pero que al mismo tiempo era un caballero, un hombre de bien y un visionario… pensá que con él trabajaron en sus inicios Coppola, Scorsese, Peter Bodganovich, James Cameron y unos cuantos más… Corman, que pronto cumplirá 96 años, está entre los mejores recuerdos que tengo de mi carrera.

En el epílogo de tu libro agradecés “la riqueza de la vida que he vivido, haber cumplido exitosamente con mi vocación y haber nacido en esta Argentina cuando todavía era uno de los grandes países del mundo”…
Así es, lo confirmo y, para cuando me alcance la parca, a esos agradecimientos agrego un deseo que alguna vez le escuché pedir a un gallego amigo, con el que cierro el libro: …que Dios nos coja confesaos.
Agradecemos la colaboración de Mónica Orlando y Kitty Langbehn en la producción de esta nota.
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