Mi querido amuleto

Por Kitty Langbehn

Cada vez que tengo algún evento importante me lo pongo. Le doy cuerda y vuelvo a usarlo. Es elegante, antiguo y de hombre.

Hace más de treinta años una tarde en que mi padre volvió temprano de trabajar me miró y dijo: “sé que te gusta mucho, es para vos”. Mi padre siempre fue austero en su forma de vivir, pero la realidad es que le gustaban las cosas bellas. Eso lo había heredado de su madre. Compraba poco y de buena calidad. Trataba de no depender de lo material, ya que había visto en su niñez cómo hombres y mujeres de grandes fortunas habían escapado del régimen nazi con lo puesto. Este último punto nunca lo logró del todo. Amaba sus objetos y los cuidaba mucho.

El Omega que me regaló aquella tarde era un Seamaster del año 1965 o 1966, con el contorno plateado y las agujas doradas, a cuerda y con la malla de cuero negra. No era un Cartier o un Rolex, porque mi padre detestaba llamar la atención por lo que tenía puesto o el auto que usaba. Le interesaba a él saber que tenía algo de buena calidad. En su afán de ser moderno (y sencillo) lo cambió por un Swatch negro, que consideraba que iba bien con su nuevo estilo de vida. “Nadie me va a querer robar este reloj de plástico”. Corrían los años 90 y la violencia urbana empezaba a asomarse en la Argentina.

Yo lo usé a toda hora por muchos años, era el comodín de cualquier vestuario. Después llegaron los celulares y el uso de relojes pasó al olvido. El Omega sobrevivió crisis financieras, mudanzas al exterior y vueltas con la frente marchita. Como un talismán, siempre vestía mi muñeca izquierda cuando las papas quemaban o aún, queman. Un contrato importante, un evento de muchas personas, un viaje en avión, allí estaba el reloj para acompañarme.

Con la muerte de mi padre el objeto pasó a tener otro significado. Cada vez que me lo pongo siento que él me acompaña, que me cuida, que me protege. Soy una persona que no cree en casi nada, pero es lo que siento. El Omega es como era él: preciso, duradero, confiable y bello.

¿Cuál es tu amuleto, aquél objeto entrañable?

Kitty Langbehn es organizadora de eventos y amante de las buenas historias.

Foto: Cande López Rossi