Un director nada mínimo
Carlos Sorín es uno de los grandes directores del cine argentino. Ganó el León de Plata en el Festival de Venecia y numerosos premios nacionales e internacionales. A partir de su película Historias mínimas desarrolló un estilo propio caracterizado por contar historias pequeñas, muchas veces actuadas por “no actores”… Sobre ese estilo, sobre sus gustos y sobre algunas cosas más, dialogamos con él.

Alguna vez leímos que, en tus años de formación, tus directores favoritos eran Fellini, Antonioni, Monicelli, Rossellini, Truffaut, Rohmer… ¿qué te enseñaron cada uno de ellos? ¿o qué te inspiraron en tu posterior filmografía?
En la década del 60, que fueron mis años de formación, todos esos maestros (y muchos más) estaban en plena actividad. Yo veía sus films en las salas de estreno y después en ciclos de revisión. No podría decir qué me enseñó cada uno pero sí estoy seguro que todos me enseñaron a ver cine y más aún, a amar el cine. Me convertí en cinéfilo, condición básica para ser director.
Viendo la “verdad” que transmiten tus películas parecería que te molesta cierta artificiosidad propia del cine… ¿es así?
No, no me molesta. Hay películas con puestas de cámara muy elaboradas que son bellísimas… Con distintos grados de artificiosidad se han hecho la mayoría de las obras maestras. El cine es una representación de la realidad, no es la realidad. Como todo arte es un artificio. Mi artificio es que no parezca un artificio. Que parezca un documental registrado por una cámara invisible. Pero no es un documental, es un simulacro de documental, está construido. Es un estilo como cualquier otro y muchas veces he pensado en cambiar.

Hay una constante en casi toda tu filmografía que es la Patagonia argentina. ¿Qué es lo que te fascina de esos paisajes en términos conceptuales y visuales?
Es un reflejo condicionado. Es como el perro de Pavlov. Yo escucho algo relacionado a la Patagonia y si bien no segrego saliva, siento una intensa excitación por volver a filmar. Pero las historias que abordo no son patagónicas. Podrían suceder en cualquier lado, en Nueva Delhi, en Salt Lake City o en Mexico… Una de las ventajas que tiene filmar a 2500 km de Buenos Aires es que con el paso de los días la vida cotidiana de la ciudad y las preocupaciones que genera se van diluyendo. Llega un momento en que la película que estás rodando es todo lo que hay en el universo, especialmente en las zonas donde filmo en las que hasta hace poco no había internet y no era fácil tener señal de teléfono. El rodaje se convertía en un retiro espiritual y eso era bueno para la película.
Tuviste la oportunidad de trabajar con un extraordinario actor como Daniel Day-Lewis en una película que no te dejó totalmente feliz… ¿qué recordás de esa experiencia?
Recuerdo a Daniel como un actor extraordinario y una persona fascinante. Lamenté por muchos años no haber hecho una buena película con un actor de esa envergadura. Pero, bueno, venía de La Película del Rey que tuvo un éxito inesperado y me la creí. A partir de ese momento todas las películas que hice a continuación las viví con los temores de una ópera prima.
Trabajaste muchas veces con gente común… no con actores. Alguien dijo, alguna vez, que es más fácil lograr que una persona común actúe, que un actor deje de actuar. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?
El actor no tiene que dejar de actuar. La actuación es su oficio. Y es una convención, a veces más cerca del realismo y otras más lejos dependiendo del tipo de film. Un buen actor es aquel que puede enfrentar un espectro muy amplio de personajes con el mismo nivel de eficacia… A los “no Actores” o “gente común” no les pido jamás que actúen. Jamás les doy el guión ni les explico de qué va la historia. Ellos son lo que son, por eso los elijo. Todo lo que hagan puede llegar a servir, porque hay muy poca distancia entre los personajes y ellos. A veces esas personas “son” los personajes. Hay que rodar mucho material con ellos porque el milagro, si hay milagro, se produce en la edición.

Dicho lo anterior, también recordamos que en varias películas armaste elencos “mixtos”, con actores y con gente común. ¿Cómo resultó esa interacción?
Es un poco más complicado combinar actores con no actores. Necesitás buenos actores que además sean generosos y colaboren con el director para ayudar a los no actores.
En tu última película, El cuaderno de Tomy, te apartaste totalmente de los paisajes épicos y de las “historias mínimas”: filmaste mayormente en interiores para contar una historia sobre la vida y la muerte. ¿Fue una decisión deliberada o un proyecto que apareció y te gustó?
Me contrataron para escribir el guión y dirigir esa película. Pero la historia real en la cual está basada existía y los productores habían comprado los derechos… Creo que ahora, con el reinado de las plataformas, cada vez más va a ser así. La función de dirección va a ser contratada. Y la autoría va a ser más colectiva… especialmente en las series en las que puede haber más de un director, varios guionistas y varios productores y show runners. Todos intervienen, todos son “autores”. Y la palabra final, lógicamente, es de la plataforma.
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