Pintar el pensamiento
Ser o no ser, esa es la cuestión. Esta frase célebre de Hamlet parece apropiada para introducir a Jean Michel Basquiat, el niño rebelde del arte. ¿Sus obras valen tanto como los millones que cuestan?

La revista Vogue, con todo su refinamiento, lo presentaría en su sección People are talking about: Jean Michel Basquiat. Yo no pertenezco a esas ligas pero tampoco estoy ajena a la ola de fotos e imágenes de la pintura de ese joven bello, incorrecto y transgresor de la Nueva York de los años 80 que de a poco va invadiendo los medios, a los mil cursos acerca de su arte, a las cientos de alusiones a su amistad con Keith Haring y Andy Warhol, los niños mimados del arte pop. ¿Qué pasa con él?
Pasa que uno de sus cuadros subió de 19 mil dólares en 1984 a costar 110,5 millones de U$S, precio que pagó un coleccionista japonés. El porcentaje del aumento es tan escalofriante que ni siquiera puedo hacer la cuenta.
Para 1988, cuando murió, a los veintisiete años, Basquiat no era un desconocido en el mundo del arte y las galerías se lo disputaban como artista exclusivo. Por un largo tiempo fue considerado no solo el pintor afroamericano más famoso de Norteamérica sino al mismo nivel artístico de Picasso y de Bacon.
En los ´80 el mercado del arte florece entre las clases altas americanas y pasa a formar parte de un estilo de vida: la gente se muestra en subastas, invierte, colecciona, consume, ostenta.
Hacen falta artistas nuevos, que reemplacen al pop de Warhol y al arte conceptual, hermético e incomprensible. Los museos no logran atraer con sus propuestas y las galerías toman esa posta apoyándolos pero a la vez, fijando los precios y las reglas de juego.
En los ´70, Basquiat, hijo rebelde de un contador haitiano y de una diseñadora gráfica puertorriqueña, había abandonado la escuela y su casa paterna de Brooklyn para sumergirse en la bohemia y la vida callejera. Un chico difícil con delirios de grandeza y, a la vez, una inmensa inseguridad. Comienza expresándose con graffitis –en especial, de frases– eligiendo deliberadamente paredes cercanas a las galerías de arte del Soho para publicitarse y atraer la mirada de los galeristas.
Traslada luego ese grafiti a la tela donde busca plasmar sus pensamientos, un galope desbocado de ideas y flashes donde se mezclan palabras e imágenes que descarga como trompadas en el lienzo. Al mismo tiempo va incorporándose al mundo de artistas y famosos de NYC.
De la mano de Warhol se convierte en habitué de inauguraciones, discotecas y lugares de moda. Empieza a vender, a ganar dinero y a exponer su obra en lugares como el MoMA o la galería Marlborough de Londres.
Encarna a la perfección el paradigma del artista marginado y rebelde: joven, famoso, exótico, de vida febril, meteórico acceso a la fama y final trágico.
Jean Michel Basquiat estaba decididamente dotado para el arte y, a pesar de no haberse formado academicamente, había educado su mirada respecto del dibujo y la pintura, de la composición y el manejo del color junto a su madre que desde niño lo llevaba a museos y lo estimulaba en su afición por la plástica.
Su nuevo expresionismo asombra y atrae. Impacta la fuerza de esa espontaneidad gestual, casi salvaje, entre primitiva e infantil con la que manifiesta todo su inconformismo y su dolor.
Surge así como representante del estado anímico, cultural y político de una sociedad que, como él mismo siente, lo mira “como a un mono furioso”.
Su obra denuncia la violencia racial de la que es víctima, la marginación y la brutalidad de las calles de Nueva York con su mundo de abandono, drogas y miseria. Sus modelos son hombres de color a los que admira: deportistas, músicos de jazz, boxeadores, ídolos de la infancia.
La muerte de Michael Stewart, un bailarín de Madonna, brutalmente golpeado por la policía en 1983 por hacer un graffiti en el subte de NYC lo angustia y obsesiona al pensar que podría haberse tratado de él, y lo impulsa a reflejarlo y a rendirle tributo en su famosa pintura Defacement (desfiguración). Otros artistas como Warhol, Lou Reed y Spike Lee también homenajearon a Stewart.
Hoy por hoy, su obra tiene fanáticos y también detractores que opinan que le faltó tiempo para madurar su arte. En el medio, su legión de amantes sigue creciendo…
Una de sus amantes, la cineasta Tamra Davis, lo retrató en un documental muy interesante que podés ver aquí:
Si querés compartir algo bello, aunque no sea convencional, escribinos a hola@amantesdelobueno.com
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