FU:D Esquel

Por Luz Martí

Ella podrá llamarlo y definirlo como quiera, pero FU:D no es otra cosa que un acto de amor. Liso y llano. Un acto de amor de María Duffy a la tierra de su infancia, al aire limpio de los andes, a la nieve, a los lagos y al arte. Una aventura que empieza a los 60, alimento sutil para el alma.

María Duffy, es la dueña de dos pequeñas galerías de arte: una en Buenos Aires, en el límite difuso donde Belgrano se funde con Villa Urquiza y otra, recién nacida, en Esquel.
“Mis primeros años tuvieron la luz brillante de esas latitudes, viento y cachetes paspados, gorros de lana, ovejas, ladridos, alguna que otra cabalgata. La nieve y el silencio.
En ese lugar perdido de Chubut, el Valle de Genoa, en el patio de la casa de comercio de Ángel José Torres, mi abuelo, di mis primeros pasos. Como ahora en Esquel”,
recuerda con una sonrisa agradecida.
Ingeniera agrónoma nacida en Bahía Blanca, pasó su primera infancia al pie de la precordillera donde sus padres atendían ese negocio de Ramos Generales del abuelo materno (“ramos” que incluían desde vender un tractor hasta un corpiño, pasando por comida o lana para tejer).

Estudió agronomía en la Universidad del Sur, diseño de indumentaria en Nueva York y se enamoró de la cerámica a los diez años cuando, en Bahía Blanca, pisó el taller de Rafael Martín, responsable de la restauración de los bajorrelieves de una de las casas de Max Ernst.
La calidad y calidez de su maestro le mostraron las posibilidades expresivas de la cerámica y la conectaron al arte para siempre.
Hoy María vive a medias entre Buenos Aires y Esquel. Sigue amando las plantas y la naturaleza fuerte e imponente de la Patagonia y defendiendo la agroecología. Lleva dentro suyo un variado bagaje de trabajos pasados en empresas textiles, diseño de indumentaria para chicos, exposiciones de cerámicas, arte y escritura de haikus. Experiencias y amores que representan un sedimento fértil sobre el que puede plantar.
“Esa es una de las ventajas de la edad. Todo va alineándose y encontramos que cada cosa sirve y potencia la otra. La observación detenida y amorosa de la naturaleza, por ejemplo, aflora en mis haikus. Parece que con el tiempo adquiriésemos la capacidad de abrir el alma a mensajes que no sabemos bien de dónde vienen y animarnos a seguirlos”.

María es una cuidadora nata, una madre que nutre, recibe, abriga y acompaña, y con esas premisas funcionan las galerías.
A su Casagalería, como le gusta llamarla, la bautizó FU:D y existe en BsAs desde 2018.  “El arte es alimento sutil y necesario para el alma, y eso es lo que quiero brindar a los artistas y a quienes vengan a comprar obra.
Siento que los artistas aún conservan una voz creíble cuando hoy ponemos en duda todo lo que dicen los medios. Todos tienen “antenas” para captar cosas antes que el resto de la sociedad y pueden expresarlas o denunciarlas de una manera bella”

En 2021 sintió la necesidad de volver a Esquel, de instalarse algunos meses por año para contactar con cosas que amaba.
Soñó llevar allí otra FU:D y, aunque le parecía demasiada aventura, sin darse cuenta, estaba inaugurándola para su cumpleaños, en 2022.
Cada persona que iba conociendo colaboró con su proyecto, la apoyó en lo que necesitaba, casualidades, encuentros y ayuda se multiplicaban hasta hacerla pensar que su rumbo era por ahí, que iba bien.
Restauró un local pequeño, lo pintó y abrió sus puertas a la comunidad de Esquel y de las ciudades y pueblos cercanos para ofrecer lo mejor de si: arte, encuentros, intercambio, poesía: alimento.
Creadas y gestionadas por ella con artistas invitados y elegidos según su propia sensibilidad las dos FU:D resultan galerías coherentes.
En Esquel expone obra de artistas argentinos y convoca a los de la zona “Para instalar la posibilidad de comprar y vender objetos que enamoren y que embellezcan nuestras casas y nuestros días. Interactuar con el arte no es un lujo, es algo que todos nos merecemos”.
También da talleres de haiku y piensa constantemente nuevas actividades que inviten a la charla, al goce de la estética y a la reflexión conjunta.
Volver a Esquel fue reconocerse en los olores y sonidos: el raspar la suela del zapato sobre los cantos rodados de los caminos o el crujir suave de la escarcha rompiéndose bajo sus pies la devolvieron al pasado, al lugar de donde se siente parte, al que pertenece.