Belgrano encantado

Por Luz Martí

Paraíso, tilo, jazmín paraguayo, madreselva, aromo, conciertos de pájaros, alfombra de jacarandá y tipa, aire de río… ¡qué más pedir para mis caminatas por las calles que rodean mi casa! En cada época del año mi barrio me envuelve con colores y aromas que se mezclan en el silencio y la sombra de sus calles de adoquines.

Muy lindo pero queda muy a trasmano, suelen decirme los que no son de acá. ¿A trasmano de qué? No te preocupes. No vengas. Dejanos a los belgranenses como estamos, felices, tranquilos, con nuestro bajo perfil y nuestros hábitos sencillos, de amantes de lo bueno sin estridencias, sin ostentaciones ni modas.

Con nuestros pocos bares y restaurantes de toda la vida que van aggiornándose de a poco. Allí no sirven platos exóticos ni maridajes con vinos dudosos, no hay que hacer cola ni reservas anticipadas, ni dejar el auto a quince cuadras, preferimos una vuelta a la seguridad de una buena milanesa, una pasta liviana y bien hecha, y un flan con crema y dulce de leche sin sorpresas, que de ésas ya tenemos a diario y de todos los colores.

Este es un barrio de poco movimiento, aunque hierve el tráfico a las ocho de la mañana y a las cuatro de la tarde cuando estallan las entradas y salidas de los cientos de colegios que hay por metro cuadrado. Después vuelve a la paz.

Colegios y embajadas son las dos categorías de edificaciones que más se destacan. Hasta tenemos la embajada de un país que no existe: la de Transilvania, que ostenta su placa de bronce y su entrada inexpugnable en la casa de un personaje que merecería una nota aparte.

Chalets ingleses, viviendas modernas, algunas casas impresionantes, pocos departamentos y limitados comercios forman el resto del inventario. Un club, dos plazas, la estación de tren y gracias. Un pueblo pequeño donde tengo todo lo que necesito.

Vivo acá hace mil años y amo este lugar aunque confieso que una vez le fui infiel. Un affaire rápido y desalentador con la zona de Barrancas.

Belgrano R me recibió de nuevo como a una hija pródiga y arrepentida para que caminara otra vez por sus calles, respirase sus verdes, mirara sus jardines y espiara los interiores de sus casas cuando cae la noche. Para que me cruzara con los vecinos y reencontrara a los parroquianos de mi bar preferido: El Torreón, un lugar de puro desangelamiento, amplio, de mesas bien separadas y grandes ventanas que se abren sobre la plaza, con un café pasable y las mejores medialunas del mundo, donde me dejan hacer lo que quiero sin que nadie me moleste. Mis hijos no entienden porqué lo elijo y me recomiendan probar otros más cool en la misma cuadra, como si yo no los hubiera visto. Pero ya los vi, ya fui y prefiero el mío.

Belgrano R no ha cambiado tanto como otros barrios. Cualquiera puede reconocerlo sin agobiarse por la nostalgia, porque lo que desapareció casi siempre fue reemplazado por algo similar.

Se me ocurren algunos de los pocos negocios de mi época que ya no están: el vivero Kohl y Ullman que hoy es la Plaza de los Olmos, la librería Wadi´s, húmeda y mal iluminada, con su piso irregular y sus mesas llenas de revistas y libros ingleses, Santa Anita oliendo a tucos y pestos suaves, y, pegado a El ciervo de oro, el almacén del griego, un precursor del polirrubro que atendía con su hija inmensa y adusta hasta la 1 AM para abastecer de cigarrillos, vino o cerveza a los insomnes del barrio y a los organizadores de fiestas tardías.

Belgrano R no es un barrio curioso para hacer grandes descubrimientos. Es un lugar encantador para vivir tranquilo, que no es poco.

Luz Martí es escritora y fotógrafa. Sus dos manías, que la mantienen siempre activa, son mirar y contar. Una verdadera storyteller.