Túnez en primavera

Por Luz Martí

El trabajo nos había llevado a Alemania, a la helada primavera de Bremen a dónde agradecí tener a mi amiga Inge para conversar largas horas refugiadas del frío y de la lluvia en los acogedores cafés de su barrio. Me entusiasmaba saber que pocos días después estaríamos aterrizando en Túnez para reencontrarnos con el añorado sol, el mar y el cielo azul.

El cuerpo me pide Túnez”, le había dicho a mi marido, riéndome de mi súbita necesidad “y más aún, te advierto que me pide Sidi Bou Said”.
Yo había estado, hacía años, pocas horas en ese pueblito de ensueño a 20 km de la capital, a poquísima distancia de Cartago y había soñado muchas veces con volver. Esa vez se convirtió en el complemento ideal del trabajo y del duro clima alemán, justo antes de que empezara la temporada de verano donde el calor puede ser agobiante para muchos.
Sidi nos recibió con sus calles estrechas y sus casas de paredes encaladas con detalles azules, santa ritas florecidas en las tonalidades más impensadas trepando exuberantes y un concierto de puertas bellísimas de todos colores.
El hotel, una vieja casa tunecina con vista al mar y unas celosías que, en las mañanas, tamizaban el sol de una manera infinitamente poética.
Es que Sidi es poesía en sí mismo y lleva en su nombre inscripto el recuerdo de Abu Said el Baji, un poeta por el que se nombró al pueblo, que en el siglo XIII se instaló a vivir allí hasta su muerte y cuya tumba es lugar de peregrinaje para muchos tunecinos.

Pasear y conocer era la consigna y para eso, teníamos a muy poca distancia, el mítico sitio arqueológico de Cartago.
Caminar por una de las fundaciones fenicias más antiguas, establecida en época de la guerra de Troya, fue recordar lo aprendido en el secundario, en los pequeños y deslucidos grabados y fotos que ilustraban los libros de historia de Ibañez: el asedio de las potencias del Mediterráneo antiguo, el triunfo de Roma y a Aníbal, el general cartaginés de la inimaginable hazaña de cruzar los Alpes y los Pirineos con su ejército y treinta y ocho elefantes.

Un arqueólogo francés, que en ese momento dirigía una excavación allí, se convirtió en una especie de guía turístico-histórico al notar nuestro desánimo frente a las fantasiosas y confusas explicaciones que nos daba, en una tremenda mezcla de idiomas, Omar, uno de los cuidadores del lugar que se había empecinado en acompañarnos. Escuchar de su boca los últimos descubrimientos y los preciosos detalles da cada cosa fue un regalo que hasta hoy agradecemos.
A partir del SXIX, Sidi Bou Said, se convirtió, en el lugar de veraneo de lo más elegante de Túnez y por años continuó enamorando a intelectuales, artistas o escritores como Oscar Wilde, el Nobel de Literatura francés André Gide, que acostumbraba a instalarse largas temporadas, Le Corbusier, Sartre o Simone de Beauvoir que pasaban sus horas en el Café des Nattes, que aún existe, o Gustave Flaubert, que dedicó largo tiempo a documentarse allí para su novela Salambó, la historia de una princesa púnica. O Paul Klee, el pintor suizo que llegó a decir que el color se “había apoderado de él “nada más atravesar las angostas calles de Sidi Bou Said, fragantes por los jazmines y la menta de sus patios escondidos.
Tan cerca estábamos de la ciudad de Túnez que era un deleite recorrer esos pocos kilómetros para  perdernos en su medina de aromas a especias y ritmo vibrante, reconocer en sus barrios la tumultuosa historia de su  pasado árabe y francés o demorarnos en  su exquisito Museo del Bardo con las colecciones de mosaicos de época romana más importantes y mejor conservadas del mundo entero.
Cada día estaba repleto de hallazgos, emociones, historia y color, y era, a la vez, un tiempo calmo dentro del tiempo, donde cada cosa se convertía en inolvidable, envuelta en la calidez del mediterráneo.
De regreso de nuestras escapadas Sidi, estaba allí, serena, esperándonos para regalarnos otro momento de gloria: sentarnos al aire libre, frente al mar turquesa, sobre las alfombras y almohadones coloridos, a deleitarnos con un aperitivo refrescante o un fragante té de menta en el Café des Délices antes de la cena.