Tiger & me

Por Luis Domenech

Para entender la magnitud de este relato uno debe ponerse en la piel de un golfista. De otro modo pasa a ser un cuento más de un cholulo (que realmente lo soy) con su celebrity preferida.

Corría el mes de agosto de 2007 y yo ya tenía programado mi viaje anual de “amigos y golf”, con destino a Orlando, Florida… viaje que vengo haciendo ininterrumpida y felizmente desde al año 2000 hasta que la pandemia cambió todos nuestros planes.

Quiso el destino que por razones laborales compartiera un almuerzo con el ejecutivo Nº 2 de una de las firmas que en esa época auspiciaban una serie de torneos mundiales de golf y cuyo principal representante era el mismísimo Tiger Woods.

Hablando sobre nuestros gustos personales (que incluían nuestra enfermedad por el golf), el hombre me comenta que su empresa hacía todos los años un torneo para clientes, donde compartían el juego con Tiger.

En ese momento recordé todas las normas y principios éticos de negocios que nos impedían aceptar cualquier ofrecimiento o invitación que por su valor pudiera considerarse antiético, por lo que empecé a declinar elegantemente el convite.

Pero inmediatamente me comentó que el torneo iba a ser en dos semanas en el club donde Tiger vivía… que no era otro que el Isleworth Golf & Country Club de Orlando.

Creo que en ese momento algo cambió en mi cara porque, casi sin pensarlo (o no tanto), le comenté que justo esa semana ya tenía programado estar en Orlando jugando golf…

El hombre me “pescó” y, riéndose, llamó en ese mismo momento a la persona que estaba organizando el encuentro.

Para el que no conoce cómo se manejan las multis, no debe ser fácil imaginar lo complicado que resulta conseguir este tipo de autorizaciones en corporaciones con normas muy rígidas, que hasta requieren la firma de CEOs mundiales.

Hay tres momentos que realmente fueron importantes:

El primero cuando el CEO me llamó por teléfono y me confirmó que no había problema alguno y que deseaba que lo pasara de maravillas.

Luego, cuando les comenté a mis compañeros de viaje que el martes de esa semana no iba a poder jugar con ellos porque iba a jugar con Tiger Woods. Las caras que pusieron y los insultos no tuvieron desperdicio.

Y por supuesto lo mejor fue toda la experiencia de compartir desayuno, tres hoyos de golf, entrega de premios y almuerzo con Woods (a esta altura, mi amigo Tiger), donde me sentí en Disneylandia.

Para los golfistas: les aseguro que pararse en el tee con el driver y tratar de hacer un swing teniendo a Tiger de espectador es una experiencia de lo más estresante. El milagro ya es pegarle a la pelotita…

Tiger resultó ser un tipo muy cordial y, cuando le comenté que era de Argentina, no paró de contarme sus recuerdos del Campeonato Mundial Match Play, jugado en el Buenos Aires Golf, y de los épicos bifes de chorizo que se comió.

En síntesis un regalo que la vida me hizo y que siempre es muy agradable compartir.

Luis Domenech, felizmente retirado de la actividad profesional, es amante de los amigos, la buena comida y apasionado jugador de golf, deporte en el que cree que todavía puede mejorar.

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