Cumpleaños en altura
Llegaban los 60 y quería un festejo diferente: cambié la fiesta, los globos y el DJ por paisaje, mulas y montañas.

Se acercaban mis sesenta. Sentí que no había escapatoria a la terrible fiesta con música y cotillón. Mientras me deprimía me ví bailando en medio de una ronda de amigos animándome con palmas al ritmo de “Estoy hecho un demonio”, como si después de esos temas que marcaron nuestra juventud, no hubiese pasado ni una sola gota más de agua bajo el puente.
La vida sigue, conocemos y aprendemos cosas nuevas y podemos festejar mucho más que sólo los años. Necesitaba rebelarme, inventar una manera de disfrutar con amigos de una forma que me gustase a mí, no a los otros. No tardé mucho en encontrar lo que buscaba: un viaje en grupo a La Rioja. Ocho amigos, cinco días: Parques nacionales, naturaleza, puna, altura, empanadas, locros y vino. Cerraba. Invité, organicé y allá fuimos.
En el aeropuerto nos esperaban dos camionetas con Pepe y Maxi como guías locales. Ellos nos llevarían por todo ese circuito de rutas difíciles de altura y desierto donde, por más que el Google map se amplíe y se amplíe, no aparece un solo nombre.
Rumbo a Villa Unión pasamos por Famatina y paramos a ver los restos de la mina La Mejicana.
Abandonada hace cien años, aparece como un esqueleto fantasmal oxidado y olvidado en medio de la nada, esta obra inmensa que con su cable carril y sus vagonetas transportaban oro, plata y cobre desde los 4.400 metros hasta Chilecito.
Al atardecer llegamos al hotel de Villa Unión, a nuestras duchas y camas deliciosas, a cenar y a enterarnos un poco del programa para el día siguiente: el desafío de la Laguna Brava, un humedal protegido y reserva de fauna, a 4300 m de altura.
El camino serpentea entre montañas inmensas de distintos colores, solitario y áspero, sin un árbol y con poquísimos pastos que dan de comer a los guanacos y vicuñas. En todo el trayecto de ida y vuelta sólo nos cruzamos con un grupo de motoqueros entusiastas de nuestra edad que viajaba en sentido contrario enfundados en sus trajes de cuero.
Las camionetas suben y suben. Pepe nos muestra una bolsa de papas fritas cerrada que por la presión de la altura se ha inflado como un globo. Me imagino que a mi cerebro le debe pasar algo parecido porque el dolor de cabeza es fuerte.
Hace mucho frío, el viento es brutal y el oxígeno poco, pero, a la vez, el aire no puede sentirse más puro. Espero que mis amigos no me odien por someterlos a estas pruebas. No pregunto, parecen radiantes.
A lo lejos se ven picos nevados y los tres volcanes que rodean la laguna. Una belleza de otro planeta, un espejo de agua y sal poblado por flamencos.
Nos cuentan de un avión cargado de caballos peruanos que tuvo que aterrizar allí de emergencia en los años sesenta y aún quedan los restos del fuselaje. Necesitamos ver ese otro fantasma metálico, inerme, en la inmensidad de la puna helada.
Es mi cumpleaños, tenemos hambre y nos prometen el almuerzo en uno de los refugios de piedra que mandó a construir Sarmiento para los arrieros de la cordillera. De la nada aparece un pic nic suculento y, sorpresivamente, una torta de cumpleaños. Debe ser el primer cumpleaños de sesenta que se festeja allí. Brindo con los guías y con mis amigos y siento que acabo de entrar en el Libro Guiness.
Una de las camionetas se rompe y bajamos todos apretados en una sola. Pasamos Jagüe: cielo azul, casas de adobe y una calle principal que es el lecho de un río seco.
En el hotelito de Vinchina tomamos tés y alfajores de maicena que conseguimos en un quiosco y salimos a caminar mientras arreglan la camioneta rota. Vinchina enamora. Silenciosa, simple, auténtica, vacía, increíble, envuelta en una nube de polvo fino.
Al día siguiente nos espera Talampaya con sus paredones de piedra naranja y sus formaciones de locación de La Guerra de las galaxias. Subimos y bajamos por senderos marcados cruzándonos con zorros y con cóndores que sobrevuelan custodiando su territorio.
Almuerzo distendido, comentarios, amigos, risas, vuelta a La Rioja y
el último detalle para completar el viaje: buenos tejidos y dulces regionales. Ahora sí me siento festejada.
Y como bonus track les dejo la música que nos acompañó en toda la travesía…
Me hiciste caer algunas lagrimitas porque ese lugar sigue siendo mágico para mí. Y digo “ese” lugar sin especificarlo porque quisiera que siga siendo un poco secreto : acabo de venir de otro lugar del Norte y lo que ví que le hizo el turismo no me gustó. Brindo por aquel cumpleaños tuyo y por las bellezas escondidas de Argentina!!!
Una delicia tu relato Luz! Y esos parajes mágicos, el mejor escenario para tu festejo!
Me imagino en ese viaje y lo disfruto mucho. Y me contagia alegría.
💖💖