Gaby Messina: Grandes Mujeres
Cuando me hablaron de Belleza sin edad, en quienes primero pensé fue en mis Grandes Mujeres… creo que sintetizan muy bien la belleza y singularidad que tienen los adultos mayores…
Alberto Goldenstein, Marcos López y Humberto Rivas fueron marcando su camino. Con la serie Grandes Mujeres, curada por Juan Travnik e incluida en esta muestra, recibió en 2004 el Primer Premio a la mejor colección Competencia Fotoegara, en Barcelona, España. Le siguieron los proyectos Almas gemelas; Lima, kilómetro 100; Fe; Maestros, el bosque y el árbol; y Raíces. En los últimos años se dedicó al arte en 3D y al videoarte. Tiene publicados varios libros y ha expuesto sus imágenes en infinidad de muestras. Desde 2010 Gustavo Santaolalla la acompaña en todos sus proyectos.
Galina me esperó vestida con sus mejores galas: ella había sido bailarina, era soltera y había vivido sobre las tablas. ¡Estaba divina! Sin embargo, quise que el retrato contara su vida y le pregunté si podía cambiarse y vestirse con su ropa de bailarina… La amé cuando apareció con medias y malla rosa. Parecía una muñeca. Lo que más me gusta de su postura es que desafía la edad con mucha elegancia.
Éramos compañeras en un curso de Historia del Arte que estábamos haciendo juntas. Le pedí fotografiarla y me invitó a su departamento… El sol entraba por la ventana dibujando luces y sombras, y me atrapó ese rincón. Cuando además vi su retrato de niña, me di cuenta que Rita seguía casi igual: el mismo detalle del cuello, el mismo peinado, la misma mirada… Me pareció una buena idea que las dos Ritas, tan parecidas y tan lejanas, convivieran en la misma toma.
Qué pena que las fotos no tengan sonido… porque la música y las voces se escuchaban desde la calle… Maestra y alumna estaban tan compenetradas, la primera marcando el tono, la segunda cantando cada vez más alto, que casi ni se dieron cuenta que las estaba fotografiando. Fue un instante mágico…
Cuando supe que coleccionaba muñecas, armé el rincón con sus tesoros. Baba me había recibido con un trajecito impecable, que engamaba perfecto con todo el contexto, pero cuando descubrí su bata azul en el baño, no lo dudé… Necesitaba un toque frío para ese rincón y esa prenda daba el tono exacto. Ella no estaba muy convencida del cambio, había pensado mucho en su look y el trajecito le parecía perfecto, pero ante el científico argumento de “así te ves más linda”, felizmente accedió. La foto también se vio más linda.
La veía en el club y admiraba su energía, su desafío continuo: les ganaba hasta a los hombres. La cancha de tenis era su lugar en el mundo, su territorio, el espacio donde su nombre tenía peso. Mi idea era hacerle una toma allí, en su club, pero no me convencía la idea de mostrarla jugando… Lo que quería era mostrar su pasión, el fervor que sentía por su deporte, pero sin estridencias. La enfoqué abrazada a su gran compañera…
Mi abuela Esther y sus inolvidables ñoquis de papa. El ambiente cálido de la cocina resultaba ideal, la luz del Spar trazaba una diagonal que llevaba directamente hacia la protagonista, mientras los fuegos de las hornallas creaban una inquietud bastante interesante. Le dije “quietita, abu… bien quietita”. Obedeció, la obturación del diafragma duró 1 segundo exacto.
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